¿Qué nos hace humanos?, ¿es nuestra apariencia o color de piel? ¿nuestra capacidad de adquirir cosas materiales? ¿nuestra sed de poder o es nuestra devastadora necesidad de sentirnos amados y comprendidos en este mundo? En The Shape of Water, el genio del terror fantástico, Guillermo del Toro, responde a la pregunta con una historia conmovedora, violenta, sensible, brillante y sobre todo atemporal, llena de héroes y villanos, que demuestra que no hay que juzgar demasiado pronto y que, si vemos con atención, podemos descubrir que los monstruos existen y viven entre nosotros, pero nunca se ven como los cuentos nos han enseñado.
Guillermo del Toro está arrasando en las premiaciones, y eso no es una casualidad ni un premio de consolación, tampoco es un accidente o se debe a que alguien se haya salido de la competencia y le haya dejado su lugar. Su más reciente película es una obra de arte, con ella, el director de El Laberinto del Fauno y El Espinazo del Diablo demuestra que ha evolucionado, que ha crecido en estilo y narrativa, y deja muy claro que todavía nos queda mucho por conocer del enorme universo que se esconde dentro de su mente.
A simple vista, La Forma del Agua es una historia fantástica, un cuento lleno de magia, ternura y a veces también de horror, que te atrapa desde el primer segundo y te hace creer en lo imposible, pero analizando un poco, descubres que realmente es un retrato del mundo actual y de las contradicciones que hacen que sean nuestras imperfecciones lo que nos hace perfectos.
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La historia se desarrolla en la época de la Guerra Fría, en los inicios de la carrera espacial, cuando Estados Unidos y Rusia peleaban por conquistar la Luna y poner a un hombre en órbita. Pero eso no es lo importante, en medio del caos, una historia de amor y pérdida comienza a desarrollarse y el resultado es difícil de describir con palabras. Elisa, una empleada de limpieza, una princesa sin voz, descubre a una creatura extraña y un poco aterradora, atrapada dentro del laboratorio donde trabaja. Es un conejillo de indias que tiene la respuesta al problema de los viajes espaciales y que trae con ella a un monstruo muy inesperado. Partiendo de esta trama, nos damos cuenta de que el monstruo no es el monstruo, el héroe no es grande, fuerte y poderoso, y que la verdadera fuerza está en nuestras debilidades.
Gracias a sus “debilidades” Eliza logra pasar desapercibida, entrar y salir de áreas en las que otros no pueden, hacer amistad con una creatura a la que nadie quiere acercarse y finalmente descubrir que no está sola, que en el mundo hay otros como ella y que el amor no es el privilegio de unos cuantos, sino la recompensa de quienes saben dónde buscarlo y arriesgan todo por conseguirlo.
El laboratorio donde todo comienza es un reflejo del mundo de hoy, dentro de él se vive la opresión, el sexismo -nadie cree que un par de mujeres pueda lograr engañar a las mentes más brillantes de la ciencia-, y el racismo. En un momento, el personaje de Michael Shanon se pone muy bíblico y aprovecha la oportunidad para mencionar que estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios, pero que probablemente, Zelda, una empleada afroamericana, se ve un poco menos como Dios debido a su color de piel; la homosexualidad, Giles, el mejor amigo de Eliza, es de las mejores cosas de la película, y de todas esas cosas que, aunque avancen los tiempos, realmente nunca cambian, y eso es lo que la hace tan efectiva.
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Del Toro ama a los monstruos porque ayudan a contar historias muy reales, en este caso, una historia que revienta la burbuja y nos demuestra que seguimos cometiendo los mismos errores, pero también que nunca es tarde para hacer algo al respecto, ya sea ayudar a un monstruo a escapar, acompañar a un amigo por un poco de pay o desafiar la autoridad cuando notamos que algo está muy mal.
La historia de del Toro es increíble, pero no es lo único que hay que reconocer, Alexandre Desplat construyó el soundtrack más perfecto para ella, te pone en contexto y te explica lo que no puedes entender con palabras; los tonos verdes, clásicos de del toro, los vestuarios, el Cadillac color turquesa del villano, la elección de poner a la heroína viviendo sobre un cine viejo y de que su mejor amigo fuera un ilustrador, una reliquia adelantada a su tiempo, hacen que todo tenga sentido, que podamos entender cómo una historia así puede ser posible. Y el tributo al cine clásico, en la forma de una secuencia de baile al estilo Gene Kelly en Singing in the Rain, hacen que esta sea una película necesaria.
Lo mejor de la película es, en efecto, la forma en la que la historia está construida, pero sin Sally Hawkins y Michael Shannon, no sería nada. En primer lugar, Sally Hawkins es eléctrica, hace que sientas lo que estás viendo en la pantalla, que te olvides de que estás rodeado de extraños comiendo palomitas demasiado caras, y que te enamores de una mujer que no dice ni una palabra, pero que es más expresiva que muchos que hablan demasiado; en segundo, pero menos importante, tenemos a Shannon, uno de los actores más brillantes del momento, quien nos da a un villano despreciable que no puede ser llamado otra cosa que monstruo.
Una buena película te hace olvidar que estas en una fría sala de cine, te mete a la historia, hace que te identifiques con sus personajes y que vivas a través de ellos, ésta hace justo eso y un poco más, te deja con una sensación extraña y con ganas de no volver a la realidad nunca más.
Alguien que le dé un Oscar, o varios, a Guillermo por favor.
Actualización: Y sí,alguien le dio un Oscar a Guillermo del Toro por "Mejor Director". Además, The Shape of Water ganó como "Mejor Película", "Mejor Música Original" y "Mejor Diseño de Producción".