Cuando me encuentro con Paul Mescal en una tarde en pleno verano en el Parque Victoria de Londres el sol está emitiendo su última ráfaga de energía. El pasto esmeralda llega hasta el horizonte, un oasis verde en la ciudad, una visión de… ¡mierda! Ya empezó a llover. Paul está imperturbable. Nos lleva a refugiarnos debajo de un árbol robusto, en donde el dosel nos protege de la lluvia que va intensificando, el aire está denso de petricor. El rey supremo de los ídolos sensibles y nada pretenciosos se acomoda en el pasto como si estuviera en una pintura impresionista. Muy pocas veces en la vida se materializa un momento en el que un número nada insignificante de personas mataría —y me refiero a asesinar a otro ser humano— por estar en tus zapatos.
Para llegar al parque, caminamos rápido por Regent’s Canal, una de las rutas favoritas del actor irlandés para correr desde que se asentó en Londres. La orilla del canal está tapizada de casas flotantes, sus habitantes hacen asados o se toman una copa en la cubierta. Hay labradores que juegan a atrapar la pelota y se avientan al agua. El paisaje tiene un encanto casi ilegal.
Aunque en 2024 Paul le ha hecho al tiro de los shorts lo que el calentamiento global le ha hecho al nivel de los mares, hoy trae puestos unos jeans, una camisa de manga larga color salmón de Patagonia y adidas Samba negros. Tiene un mullet discreto, barba de varios días, mirada cansada y una nariz que no podría ser más romana si trajera puesta una toga. Como siempre, también lleva una arracada pequeñita. Dentro de unos días, va a empezar a filmar la adaptación de Chloé Zhao del bestseller del 2020, Hamnet, en la que interpreta a otro hombre famoso con arracada: William Shakespeare. “Tenía una perforación en la oreja derecha, así que tuve que perforarme esta para Shakespeare. En el retrato, él lleva la arracada en la izquierda. Ni modo”.
En apenas cuatro años, Paul, de 28 años, ya es uno de los mejores actores de su generación. Para mi gusto, es el más naturalista. Posee una masculinidad muy singular y puntual, tanto sólida —en parte gracias a que durante años jugó futbol gaélico— como vulnerable. Llora hermoso. Sus papeles suelen ser melancólicos, llorosos, o una combinación de los dos. Connell, el atleta nerd en Normal People, con el que se hizo famoso; un chico gay, fiestero y solitario en el drama de fantasía All of Us Strangers; y un giro asombroso como un papá joven y deprimido en Aftersun, por el que recibió una nominación al Óscar el año pasado a la tierna edad de 26. Cuando le pido describir el tema recurrente de sus personajes, responde: “Gente que tiene muchas ganas de ser alguien en particular, pero que no tiene la capacidad de serlo”.
De acuerdo con el internet, esos papeles son “tristes y sexys”. Debajo de nuestro árbol, nos reímos de esto, pero también se pregunta quién carajo ve una película como Aftersun, en la que su personaje Calum está herido, perdido y viviendo con un dolor tan grande, y piensa ¡qué sexy! “Hay que vigilar a esa gente, en serio”, bromea.
Para ser justos: en dos ocasiones ha leído un guion que describe la expresión de un personaje como “triste” y en dos ocasiones se ha quedado con el papel. Puede ser desconcertante caer en cuenta de que es más chico que Timothée Chalamet, de 28, porque suele interpretar a personajes mayores, e incluso aparenta más edad. En Aftersun fue completamente creíble que era papá de una niña de 11 años. ¿Por qué será? “¿Serán los genes? ¿No me cuido bien la cara?”, sugiere. Es guapo en la misma medida que tu amigo más guapo lo es, por eso, en parte, es un actor tan verosímil y objeto del deseo de muchos. Si nuestro siglo se define a partir del artificio y la desconexión, entonces él nos remite a lo humano.
Daisy Edgar-Jones, su coprotagonista en Normal People y una de sus mejores amigas, me contó que: “Paul siempre se ha sentido cómodo consigo mismo de una forma muy bonita”. Andrew Haigh, quien lo dirigió en la devastadora All of Us Strangers, también hizo alusión a esa comodidad nata: “Siempre está explorando e intentando llegar a lo más profundo para encontrar la verdad de todas sus escenas. Pero lo hace con soltura. Para algunos actores es un proceso tormentoso, para él no. Lo hace con una especie de curiosidad, no es una investigación dolorosa”.
A estas alturas he entrevistado a tantos actores jóvenes que me resulta más fácil describir a Mescal diciendo lo que no es. No le atormenta la fama ni parecen molestarle sus responsabilidades. No quiere demostrar lo inteligente que es; su encanto no es empalagoso. No es arrogante ni falsamente humilde. En pocas palabras, es un tipo cool con el que se puede hacer cualquier plan.
La última vez que platiqué con él fue en 2020, en plena pandemia por la Covid-19 y después de que Normal People lo había hecho famoso, literalmente, de la noche a la mañana por su retrato genuino y directo de las emociones y el sexo emotivo. Por necesidad, toda esa conversación fue por Zoom; él estaba haciendo un ciclo de promoción con los medios de varios meses, en el que tuvo que responder alguna versión de: “¿Cómo fue trabajar con un coordinador de intimidad?” cientos de veces. Entonces tenía 24 y parecía impaciente ante su nueva visibilidad.
Desde entonces, ha recorrido sus 20 años, uno de los periodos de cambio más agudos de la vida, con todo el crecimiento y la pérdida que conlleva, pero a una escala magnificada. "Me miro a mí mismo a los 24 años, es un tipo diferente", dice Mescal. “Todo seguía siendo tan ideal en mi cabeza. Era tan profundamente cínico a esa edad. No quiero decir más feliz en el sentido amplio, sino que era una especie de secuencia de montaje de, todo es de color de rosa en el jardín. Pero también el otro lado siempre ha estado disponible para mí. Comprendo el paisaje psicológico de los personajes que interpreto y eso no sólo se consigue leyendo el guión, está dentro de ti, en alguna parte”.
Desde Normal People no ha dejado de trabajar. Si existe un método, ha sido hacerle caso a su intuición. “Disfruto mucho la intensidad con la que funciona mi cerebro. Por eso creo que funciono mejor trabajando que en los periodos entre proyectos”. (Ya que hablamos de la ética laboral, menciona otra cosa: “Tal vez mi rasgo tóxico es que no comulgo con los viernes de trabajar en casa”. Le sugiero que, de todas formas, Paul Mescal, estrella de cine, no es un trabajo que se pueda hacer desde casa los viernes).
“En lo que se refiere al trabajo, según mi agente soy un psicópata”, alterna entre arrancar pasto y jalarse el pelo. “Tengo un deseo intenso de tener esto para siempre” —la oportunidad, el éxito, la libertad artística— “No quiero que se acabe. Eso implica una neurosis por tener el control”.
Sugiero que por lo menos se le ve más relajado que cuando platiqué con él hace unos años, se ríe claramente divertido. “¿Crees que soy relajado?”, me pregunta mientras se endereza. “Qué bien. Gracias a dios. Según GQ soy tranquilo y espontáneo. A la chingada, vamos a terminar aquí la entrevista”.
Pero no podemos, porque está a punto de explorar nuevo territorio, exponerse a un público muchísimo más amplio: un blockbuster, su primero, en el que interpreta el protagónico en Gladiador 2 de Ridley Scott.
Ya está pasando algo peculiar cuando lo paran en la calle. “Los vatos se me acercan y me dicen: ‘Ya quiero ver Gladiador’. No me dan la mano, pero me saludan así”, imita el apretón de manos y abrazo de los jóvenes en todo el mundo. “Ahora soy un vato honorario”.
Actuar es actuar
Gladiador es importantísima para los hombres de cierta edad. La cinta de Ridley Scott, en la que Russell Crowe es el gladiador Maximus, es un relato del honor y el deber de una era pasada (180 d.C.) en la que esos valores tenían sentido. Cuando lo que hacemos en la vida repercute en la eternidad. Incluso si sus mensajes no tienen las mejores lecturas —ejemplo: el demente de los Sopranos y obsesionado con las citas de Gladiador, Ralphie Cifaretto—, evoca nostalgia de una era en la que los hombres eran hombres y no se atrofiaban en sillas de oficina haciendo tablas de Excel. También evoca nostalgia por una época, no hace tanto (2000 d.C.), cuando Hollywood aún podía hacer una epopeya histórica de millones de dólares y llenar las salas de cine.
Vio Gladiador como a los 13, con su papá, que se llama igual que él. La edad ideal, el compañero ideal para verla. Más de una década después, los productores Lucy Fisher y Douglas Wick lo invitaron a desayunar en Los Ángeles para informarle que estaban haciendo casting para la secuela. Mescal estaba entre los elegidos. Lo siguiente fue una llamada con Ridley Scott, aún estupendo a sus 86 años. Durante aquella primera conversación, Paul se dedicó a hablar de cuando fue capitán de futbol gaélico para vender sus habilidades físicas. Mientras tanto, Scott había visto Normal People y le había impresionado su actuación protagónica. El director acostumbra elegir a partir de los rasgos físicos, y además de que Paul tiene un perfil que podría estar en un denario, encontró que se parecía a Richard Harris, quien interpretó a Marco Aurelio en la original.
“Muy amable, muy dulce, muy directo”, así me lo describió Scott. “Sensato, y eso me gusta”. Ridley había encontrado a su Lucius, un personaje que vemos en la original cuando asiste a los juegos: es el hijo de 12 años de Lucilla (Connie Nielsen).
El legendario director no dudó al elegir a un relativo novato que no había trabajado en una escala similar. “Siempre hago lo mismo. Brad Pitt no había hecho una sola película [antes de Thelma & Louise], tampoco Sigourney Weaver [antes de Alien]. Es un riesgo”. El papel también lo aventaría en la arena proverbial con la leyenda de leyendas, Denzel Washington, quien da vida a un adinerado marchante de armas y propietario de un establo de gladiadores.
Gladiador II no se parece a nada de lo que ha hecho. Definitivamente, para Aftersun, que consistió sobre todo en escenas delicadas de interacciones entre padre e hija, no ocupó un stunt. Pero para este anticipado blockbuster, se preparó como se espera: perfeccionó su cuerpo con un entrenador, comió camote y carne molida de res hasta el hartazgo, subió unos 9 kilos de músculo. Cuando hago la pregunta inevitable de qué tan a menudo, como hombre, piensa en el imperio Romano, responde: “Mmm, lo estudié en la escuela. Y pensé en el tema cuando lo estaba estudiando.” (Le interesa más la independencia y la guerra civil irlandesas, y le fascinaría hacer una película como el drama The Wind That Shakes the Barley, de Ken Loach, que protagoniza Cillian Murphy.) Para Gladiador II filmaron unas primeras secuencias en Marruecos el verano pasado, después volaron a Malta, en donde se rodó la original, para terminar ahí el largometraje
Scott construye sus sets a escala. Cuando Mescal entró al modelo del Coliseo, se quedó con la boca abierta. “Cuando entró al Coliseo casi se muere. No sabía que iba a ser tan grande”, cuenta Scott.
Mescal recuerda que Scott lo buscó antes de empezar la filmación, fumando un puro, le dio una palmadita en la espalda y le ofreció palabras sabias: “Acuérdate de que no me sirves nervioso”. Al final del primer día de filmación, se dio cuenta de algo: no importa si se trata de una íntima película independiente o un mastodonte de 250 millones de dólares con Denzel Washington, “actuar es actuar”.
También tuvo que espabilar. “Tenía demasiadas expectativas. No dejaba de pensar: ‘Ok, ok, hoy es el día en que Denzel viene al set’. Me paralizó a tal grado que tuve que recapacitar: ‘Qué pendejada, tengo que ponerme a trabajar’”.
Por su parte, Washington me contó que Mescal “sabe lo que hace, y sabe hacerlo. Es fácil trabajar con él porque siempre te da algo. Transmite una dignidad sutil, fuerza e inteligencia, incluso si sólo está de pie en una escena”.
Nota sobre Gladiador II: es más espectacular, más descarnada y violenta que la original. Las secuencias de batalla y también el combate mano a mano. Vas a cerrar mucho los ojos durante la película. “Lo único por lo que siempre estaré enojado con Ridley es por sus ganas de filmar en pleno pinche verano, como el irlandés paliducho que soy, no soy bueno para el calor, y menos en armadura, embarrado de bronceado falso y sudor, revolcándome en la tierra. Esas peleas fueron intensas”, sentencia Mescal. También da muchos discursos a sus hombres y da la impresión de que le sirvió su época de capitán de equipo de futbol y los discursos motivacionales en los lockers.
Es fácil olvidar que la película original es sumamente emocional. Yo misma lo había olvidado hasta que la volví a ver después de 20 años. La emotiva música de Hans Zimmer y Lisa Gerrard, las tomas atmosféricas del más allá, esa escena de muerte final (un colega me contó que la primera vez que lloró de adulto fue en el cine viendo Gladiador).
“Es un lobo en piel de oveja. Se te permite verla para sentirte muy masculino y macho pero funciona porque es un drama de acción. Tiene pathos, y el amor y la traición de una persona motiva toda la violencia”, dice Paul.
Entonces tiene sentido que Mescal, nuestro máximo exponente de la emoción y el dolor masculinos, haya sido el recipiente ideal de todo eso en Gladiador II. Lucius, jadeando y cubierto de sangre después de una batalla, recita a Virgilio, una especie de guerrero y poeta. “Se siente cómodo en la incomodidad”, así me describe a Lucius. “Lo que más me gustó de él es que no se siente con derecho a nada. No siente que tiene ningún privilegio, así que se limita a sobrevivir. Tampoco es orgulloso, y me parece divertido interpretar ese rasgo”.
También revela el puente ultrasecreto entre las dos películas: Lucius es hijo de Maximus. Aunque Gladiador termina con un tono de esperanza, en la secuela, Roma es igual de corrupta que siempre, con la carga del gobierno de los decadentes emperadores gemelos. “Roma le atrae y le repulsa en la misma medida por un hecho muy traumático de su pasado. Y en el curso de la historia descubre su linaje. Al inicio, odia Roma, pero a medida que avanza, se da cuenta de que, de hecho, tiene la obligación de protegerla porque está sumida en el caos”.
Las comparaciones con Russell Crowe son inevitables. Paul las elude por completo. No estuvo en contacto con él en ningún momento. “No sabría qué decirle”. Pese a lo orgulloso que está de su actuación, tampoco quiere que defina su carrera. “Creo que es un error que se diga que fue el papel definitorio de Russell. Ya había demostrado su talento muchas veces antes, y lo siguió haciendo después. Una carrera así de buena como la suya no sólo depende de Gladiador”.
Connie Nielsen, quien vuelve a interpretar a Lucilla, madre de Lucius, en Gladiador II, dice que vio en Mescal cualidades tanto de Crowe como de Joaquin Phoenix, el emperador Commodus en la primera entrega. “Joaquin tiene algo que te hace ponerle atención, eso es lo primero. Tiene una disposición de destacar en el mundo tal como es, después lo sintetiza en una esencia única que no es otra cosa que la disposición de mostrarse vulnerable. Luego está la tormenta y el ímpetu de Russell Crowe que llega y se apropia de la escena, la cámara, el personaje”, comparte.
Otra diferencia con la primera parte: entre Mescal y Pedro Pascal, en el papel del general Marcus Acacius, las fans se han mostrado extremadamente emocionadas por la secuela y por ver muslos. Se lo menciono a Scott. “¿Estás sugiriendo que Russell no es galán?”, respondió con ingenio. “Son muy diferentes. Es difícil de identificar. Paul tiene una vulnerabilidad que Russell no”.
Unas semanas antes de vernos en Londres, Paul vio Gladiador II solo en una sala de proyección. Entró nerviosísimo, en gran parte por motivos muy prácticos y costosos, como 250 millones de dólares. “Una multitud de gente hizo esta película para que la vea una multitud de gente. Ese es el público de la película. Las cosas por su nombre. Es lo que quiero. Es lo que el estudio quiere. Queremos hacer algo de calidad que vea muchísima gente”, me cuenta. A los dos minutos se relajó. ¿Qué pasó? Su actuación le pareció creíble.
De Irlanda para el mundo
Cuando deja de llover, regresamos por el canal. Hasta ahora nadie lo ha reconocido. Sospecho que en parte se debe a que muchos hombres jóvenes han adoptado su estilo y corte de pelo, a tal grado que el mundo está lleno de sus doppelgängers, tantos que ya no podemos reconocer al original. Es ineludible. Sus dobles se han apoderado de Nueva York, en donde vivo. El otoño pasado, en un restaurante de Madrid, vi a todo un grupo de Paul Mescals caminando juntos. Cuando aterricé en Heathrow para esta entrevista, de inmediato reconocí a un Paul falso en la sala de llegadas, le llevaba flores a su novia. Con su look accesible y desaliñado ha inspirado a los hombres, y cuando se trata de shorts, los ha animado a enseñar más pierna. Me pone un audio de su hermana menor, Nell, cantautora. “La epidemia de shorts que provocaste…Demasiados hombres en Londres haciendo el ridículo”.
Últimamente, a raíz de Gladiador II, ha estado pensando en el linaje y en el destino. Paul, Nell y su hermano Donnacha crecieron en Maynooth, Irlanda (población de unos 17,000 habitantes). Su mamá era policía y su papá, maestro. Aunque siempre había querido estudiar derecho, de último momento decidió estudiar actuación en la Lir Academy de Trinity College (Siguió jugando futbol gaélico hasta que se rompió la mandíbula en segundo año y así se acabaron sus días en el campo).
Sus papás lo apoyaron. “Cambiaron de opinión y me apoyaron. Y tengo mucha suerte de venir de Irlanda”. Paul compara el costo de su educación clásica en la universidad —10,000 dólares gracias a una beca del estado— con el precio de la educación superior en Estados Unidos. “¿Cómo es posible empezar tu carrera profesional con una deuda de… 200,000 dólares? ¿Cómo se puede esperar tener integridad artística en tus decisiones? ¿Qué pasa si alguien te ofrece un guion espantoso con el que puedes saldar esa deuda?”.
Así pudo trabajar en teatro en Dublín, en donde destacó en una producción de The Great Gatsby que derivó en Normal People. Y como no estaba desesperado, pudo apegarse a su integridad artística y hacer una película como Aftersun, que lo conmovió hasta las lágrimas. Recuerda verla en Cannes en 2022 y encontrar una cortina para esconderse a “berrear sin parar durante tres o cuatro minutos, porque siempre quise hacer una película así”. En plena carrera cinematográfica, decidió regresar al teatro ese año para interpretar a Stanley Kowalski en una producción de Un tranvía llamado deseo.
Su papá fue actor de teatro en Irlanda, aunque lo dejó para ser maestro. Incluso ganó varios premios. “Es difícil expresarlo. No crecí hablando de teatro con mi papá, pero en cuanto empecé a estudiar, él me entendía.” (Paul Mescal Sr. ya está jubilado y este verano volvió a los escenarios).
Cuando Paul Jr. rememora estos últimos cuatro años, cae en cuenta de que sus lazos familiares se hicieron más fuertes. Sobre todo desde que a su mamá, Dearbhla, le diagnosticaron mieloma múltiple, un cáncer en la sangre que afecta la médula ósea. Poco después de recibir las noticias le dio un ataque de pánico en el set de All of Us Strangers. Hoy está en remisión. “Siempre hemos sido una familia unida, pero en los últimos cuatro años eso se ha multiplicado por diez”.
Caminando al lado del canal, de pronto se rompe el hechizo de anonimato. Una mujer joven lo saluda tímida y reservada: “Hola, Paul”. Esto provoca a una corredora menos tímida y reservada que grita: “¡Puta madre! ¡Es Paul Mescal!”.
“Ya sé que es patético, pero, por favor, ¿te puedes tomar una selfie conmigo?”, pregunta otro corredor que se detiene. Empieza a enlistar todos los proyectos que admira, tan emocionado que Paul está a nada de caerse al canal.
Cuando se va nuestro nuevo amigo, Paul voltea a verme. “Mi interacción favorita. Qué chico tan dulce”. Otro corredor pasa detrás de nosotros y nos informa “es muy chistoso ver las reacciones de la gente que va pasando”. Adiós anonimato.
Nos despedimos en una estación de bicis eléctricas públicas, su medio de transporte favorito en estos días. Se irá pedaleando y la gente lo reconocerá o quizá crea que es otro que se le parece.
La Fortuna de ser Paul Mescal
La tarde siguiente lo estoy esperando en el bar Library del hotel NoMad. En el enclave señorial de madera de caoba hay una mesa de veinteañeras ruidosas, una mujer estadounidense es el centro de atención, está contando la comicidad de una relación que empezó cuando conoció a un tipo en disfraz de hot-dog y terminó cuando ella se dio cuenta de que era la otra.
Cuando llega Paul, un poco tarde y apurado, se hace un silencio. Se va apagando la historia del hot-dog infiel. Mescal estaba intentando estacionar su bici pero no había lugares frente al hotel, tuvo que dar la vuelta y enseguida le empezaron a pedir selfies.
Cuando se recupera, pide una bebida dulce y sin alcohol. Le traen algo a base de piña decorado básicamente con un helecho completo. Es un trago ridículo, pero de alguna forma, él no se ve ridículo tomándolo. Se lo acaba y termina pidiendo otros dos, a la tercera ronda, tengo que probarlo. Nos traen botana, se come las nueces y evita un platito de aceitunas a toda costa.
“No me gustan. Una vez comí tapenade [una especie de pasta de aceitunas] por accidente…”
“Justo te quería preguntar qué pasó entre los 24 y los 28 que te hizo más cínico”.
“Sí, creo que fue por la tapenade. No, no fue ningún suceso en especial. Creo que más bien es la culminación de múltiples experiencias de vida, de repente te das cuenta de que el mundo que experimentaste en tu infancia, tan formativo, no es tan cómodo como creías. Pasan cosas y eso cambia cómo te conduces”.
Paul Mescal está en una etapa de la fama en la que la privacidad es un concepto vago. Es muy probable que cada que salga le tomen fotos: en Glastonbury o de fiesta. Su vida romántica es una frenética fuente de especulación. Reconozco el suéter que trae puesto —negro con un caballo blanco— en parte porque hace poco salieron unas fotos de paparazzi en donde lo llevaba puesto: se supone que estaba de compras con la cantante Gracie Abrams. En mayo lo fotografiaron fumando cigarros y riéndose con la recién divorciada Natalie Portman y el internet enloqueció. Por supuesto conocemos su cortejo, después noviazgo y luego separación, todo superpúblico, de la cantante Phoebe Bridgers. Todo esto ha influido en cómo se conduce, los límites que ha puesto.
“He aprendido a establecer límites claros que serán impenetrables en beneficio de mi cordura, pero también de mi trabajo. Creo que, de no poner límites en relación con tu vida privada, la gente termina sabiendo demasiado sobre ti y no puede dedicarle tanto interés al panorama imaginado de tu personaje porque ya sabe qué te gusta desayunar… A ver, desde hace x cantidad de años se ha especulado muchísimo. Me incomoda compartir esa parte de mi vida. Mi vida privada es un regalo porque tengo muy poca y a lo mejor al público le interesa, pero no estoy obligado a compartir esa información”.
Me percato de otra diferencia con respecto a cuando hablamos hace cuatro años. En ese entonces, estaba experimentando la fama por primera vez, y todo lo que implicaba, y se le notaba tenso. Ahora, podrá no amarlo —sin duda, no lo hace—, pero sí ha aprendido a ser más entusiasta, al menos en apariencia. “Es mejor que tengan una opinión dura de ti a que no opinen nada en absoluto, incluso si es errónea. Yo sé quién soy a puerta cerrada y necesito proteger esa privacidad”.
Tiene un grupo cercano de amigos, muchos de la infancia o actores con los que ha trabajado, como Daisy Edgar-Jones o Saoirse Ronan. Mientras platicamos, Josh O’Connor y Andrew Scott, quienes han interpretado a sus amantes gays en el cine por separado, le mandan una selfie juntos. Incluso si no tiene redes sociales públicas, eso no quiere decir que no las revise. El invierno pasado hubo rumores, exacerbados vía videos de TikTok, de que tenía sexo ocasional, al otro día llevaba a sus citas a caminar, les señalaba un ave o un árbol y se iba corriendo en sentido opuesto. “Uffffff”, se lleva las manos a la cabeza cuando se lo menciono. Se sonroja y se carcajea. “¡Ya sé! ¿Qué onda?”.
Esos videos salieron en Navidad, cuando estaba con sus hermanos. “Los veíamos muertos de risa. Absolutamente falsos. Nos reímos sin parar, muchísimo. Pero me molestó una vez que estaba en la cocina, mi mamá los vio y empezó a molestarse. Me pareció devastador. A mis hermanos y a mí nos da risa porque sabemos cómo funciona el internet. Es muy chistoso. Si fuera cierto, sería horrible; como rumor quizás es gracioso. Pero si eres madre, tu impulso es desmentirlo”.
Nos reímos más y pasamos página, pero volvemos al tema porque está nervioso de que haya salido, para empezar, y de que haya respondido de alguna forma que podría echarle leña al fuego.
Más tarde, está distraído revisando unos libros en las repisas del bar y agarra varios tomos: London’s Hidden Walks. “Tres volúmenes”, dice, y no puede evitarlo. “Me los debería llevar para mis citas”.
En esta ocasión, la segunda que entrevisto a Paul Mescal, de nuevo está en un punto de inflexión, así que evalúo la situación: no ha dado pasos en falso. Ningún programa de su adolescencia lo persigue, ninguna actuación que lo avergüence (aunque sí hay un comercial de Denny Sausages. “Con eso pagué cinco meses de renta, así que no voy a aceptar calumnias”). El camino que tiene delante, repleto de posibilidades, parece aún más prometedor.
En breve, en 2020 ya era una fortuna ser Paul Mescal, y lo sigue siendo ahora. De hecho, es aún mejor. “Sé que, por mucho, Gladiador II es el proyecto más ambicioso que he hecho en cuestión de responsabilidad con el público, la cantidad de gente que la verá. Pero creo que he construido una infraestructura personal a partir de la cual sé qué tipo de actor quiero ser. Así que no es mi razón de ser”.
Tiene proyectos de mucho presupuesto e independientes. Teatro de nuevo. Quiere trabajar con muchos directores, y repetir con algunos, y sueña con una relación como la de “De Niro–Scorsese”, con Charlotte Wells de Aftersun. En cuanto a los rumores de la biopic de los Beatles en la que interpreta a Paul McCartney, dice: “Me encantaría participar, pero no hay nada confirmado”.
Lo que sí está confirmado es otro proyecto que, por su compromiso único, seguirá las etapas de su vida: se trata de una adaptación de Richard Linklater de Merrily We Roll Along que se filmará en el curso de 20 años. Linklater dirigió Boyhood durante 12 años, y está haciendo una ambiciosa reinterpretación del musical de Stephen Sondheim sobre la intersección de la vida de tres amigos en el curso de dos décadas. Paul interpreta a Franklin Shepard, un carismático compositor que encuentra el éxito a costa de sus relaciones amistosas y familiares. El elenco, que incluye a las estrellas del teatro Beanie Feldstein y Ben Platt, se reúne cada par de años para filmar un segmento. Por la naturaleza de la historia, que se cuenta de adelante hacia atrás, lo que está filmando ahora terminará al final. Van a acabar en 2042, más o menos, entrados sus 40.
“Me encantaría no ser como el personaje de Franklin. Me gustaría estar estable, casado, con hijos”. Aunque es difícil imaginarse el futuro tan a largo plazo. Es joven y tiene el presente asegurado en la palma de su mano.
A medida que platicamos más, descubro que hay otra razón por la que evita pensar con tanta antelación. “Siempre he creído que no voy a ser longevo”, me cuenta, sin miedo ni pánico. Con la claridad de quien describe el cielo azul.
Reacciono como es de esperarse.
“Sí, la gente reacciona así, pero nunca me he imaginado algo drástico. Es mi instinto. Tal vez tiene que ver con el hecho de que no me puedo visualizar como un hombre de 80 años”.
Pareces muy cómodo con esta idea.
“Pero también le temo a la muerte. De modo que, si me llegara a los 55, mi reacción sería la misma que a los 90, aterrado”.
No creo que nadie esté listo, nunca.
“No, no le creo a nadie que diga que está listo, es mentira”.
¿De dónde surge este instinto?
“Siempre lo he sabido. Siempre quise tener familia siendo joven. No voy a vivir mucho. Espero equivocarme, creo que me voy a equivocar. Pero siempre lo he creído”.
El futbolista eterno compara el presente y el pasado con una racha de victorias. La neurosis apunta a que se van a acabar. Sabe que está en su mejor momento, que la gente quiere verlo trabajar y que un día dejará de ser así, por eso debe aprovechar el presente. “Lo estoy disfrutando tanto que no quiero que se acabe”. Reduzco esta emoción a su forma más simple: cuando eres feliz, cuando las cosas van bien, hay un trasfondo melancólico porque te das cuenta de que la vida no puede ser así siempre. Se le iluminan los ojos. Se emociona: “Sí, pero lo curioso es que, en un contexto profesional, puede serlo. ¡Sí puede! No es común, pero sí”, exhala. “Quiero que así sea, desesperadamente”. Y le creo.
Artículo publicado originalmente en GQ US.