Sexo

La ambigüedad en las relaciones actuales

Qué significa salir en un mundo donde un “me gustas” causa ansiedad.
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Es increíble cómo cambió el mundo los últimos cinco años. No me refiero a que Apple introdujera a Siri, que los niños se desplacen en patinetas motorizadas, que Amazon esté a punto de remplazar los servicios de mensajería por drones o que el calentamiento global esté más que comprobado y aun así varios gobiernos decidan ignorarlo. No, me refiero al mundo de las relaciones. Durante cinco años estuve resguardado en el búnker de un noviazgo del que, francamente, jamás pensé iba salir. Y ahora que he vuelto a la vida de soltero es muy diferente a como yo la recordaba.

El cortejo ha cambiado

Para empezar, hay una absoluta pérdida de significado en el ritual del cortejo. En el pasado contábamos con un código para cada etapa. Por ejemplo, invitar a alguien a tomar un café equivalía a decir: “Hola, me gustas y te quiero conocer mejor. El café es un pretexto para que podamos sentarnos en una mesa y tengamos una conversación durante dos horas”. Hoy las invitaciones a tomar café son raras, salvo que seas menor de quince años, un oficinista que quiere quedar bien con un colega o que pertenezcas a un grupo de amigas ávidas de contarse los últimos chismes.

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En pleno 2016, la mayoría de las citas ocurren en algún tipo de bar. El alcohol es lo mejor que le pudo pasar al cortejo. No solo enjuaga el nerviosismo e incomodidad que caracterizan a una primera reunión, sino que facilita el diálogo y, sobre todo, la honestidad. Si la noche sale bien, ir por tragos puede abrir nuevas y emocionantes posibilidades para concluir la noche. Pero en estos meses he encontrado que esos parámetros también han cambiado.

Sexo sin conocerse demasiado

Hace cinco años, invitar a alguien a tu casa después de una noche de copas tenía una sola connotación: “Si no estás cansada y tienes ganas, ¿te gustaría ir a mi depa a tener sexo? Si sale bien, te quedas a dormir y en la mañana vamos a desayunar, ¿va?”. La persona que aceptaba el ofrecimiento no estaba obligada a acceder, pero al menos entendía las intenciones de su anfitrión. Hoy, en cambio, decir “la seguimos en mi casa” denota un estricto sentido literal: continuar bebiendo en una casa. Incluso es una práctica común quedarse a dormir sin que ello involucre sexo.

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¿Y qué decir de las señales que eran percibidas universalmente como gestos de atracción o, mínimo, de aceptación? El tomarse de la mano, caminar del brazo y hasta un beso en la boca indicaban una cierta trayectoria. Eran indicios incuestionables de que el idilio iba bien. Hoy no valen nada. Es más, ni el maldito emoticón que manda besos en forma de corazón significa algo. Al parecer, entre “amigos” ya es una convención. Y qué bueno, solo que las relaciones se han vuelto mucho más confusas de lo que ya eran.

La libertad por bandera

Mi hipótesis es que la responsable de esta confusión es la falta de compromiso. Antes nos asustaba el matrimonio, esa idea de compartir la vida con una persona para siempre. Después vino el miedo al noviazgo o a formalizar una relación poniéndole una etiqueta. Sin embargo, la denominación no era lo que provocaba temor, sino aceptar las limitaciones que implica el concepto en sí mismo. Por eso dejamos de “llegarle” o formalizar el noviazgo con nuestra pareja, porque hacerlo presupone una serie de reglas que no todo el mundo está dispuesto a seguir.

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En estos tiempos, hasta un “me gustas” genera ansiedad, porque es una declaración que obliga a un individuo a comportarse de cierta forma. Si tenemos la mínima calidad moral, el hecho de gustarle a otra persona nos exige a respetar sus sentimientos. Mientras que si la relación se mantiene ambigua, sin etiquetas, ni confesiones, se minimiza la probabilidad de lastimar o salir lastimado. Sin un corazón de por medio, no hay nada que romper.

A veces me pregunto qué tiene lo retro que tanto fascina a la generación actual. Coleccionan y rescatan objetos de la obsolescencia, como los discos de vinilo o la ropa vintage, para darles un nuevo uso. No obstante, en sus relaciones hacen exactamente lo opuesto: ignoran los códigos preestablecidos. Si en el pasado han encontrado algunas de sus más grandes pasiones, ¿por qué no recuperar también el valor de la certidumbre? En el fondo todos aspiramos a obtener una cierta estabilidad, pero jamás la encontraremos en el aire.