Tras el comienzo del conflicto entre Ucrania y Rusia, en la región de Donbás, al este del territorio ucraniano, el suelo se ha comportado de forma extraña. Según imágenes satelitales publicadas recientemente, en algunos lugares, el suelo se hunde; en otros, se “levanta”. De hecho, antes de que se convirtiera en una zona de conflicto, Donbás ha sido, durante mucho tiempo, la principal fuente de carbón de Ucrania, sin mencionar que la tierra está plagada de túneles subterráneos debajo de ciudades, fábricas y granjas, muchos de ellos abandonados. Recientemente, esos conductos se han inundado, provocando el desplazamiento de la superficie y transportando sustancias químicas tóxicas que ahora amenazan el suministro de agua de la región. Una de esas minas, donde se realizó una prueba nuclear en la década de 1970, sigue siendo potencialmente radiactiva. Los científicos ucranianos han advertido que los riesgos para la región podrían ser “más profundos y peligrosos que Chernóbil”.
El verdadero costo de la guerra
Desde 2014, (antes de las declaraciones de Putin en contra de Ucrania) cuando la anexión de Crimea por parte de Rusia desencadenó los combates en Donbás, la región es el escenario de una catástrofe ecológica paralela. No solo se trata de las minas, sino de las fugas tóxicas en instalaciones industriales que han caído en desuso, así como la contaminación causada por bombardeos y municiones. Esto se debe en parte al caos de una guerra prolongada: en una región disputada, ¿quién debe asumir los daños en las aguas subterráneas de las minas abandonadas, causados por los bombardeos? En otras ocasiones, el medio ambiente ha sido empuñado como arma de guerra, por ejemplo, en 2017, cuando los militantes bombardearon las reservas de cloro de una planta de aguas residuales, amenazando con arruinar el suministro de agua local.
Los efectos en la salud de este tipo de incidentes bélicos probablemente se noten mucho después de que el conflicto físico haya desaparecido, afirma Doug Weir, director de investigación y política del Conflict and Environment Observatory, con sede en el Reino Unido. Sin embargo, por esa misma razón, a menudo se pasan por alto estas consecuencias, pues los daños se producen en cámara lenta, mucho después de que las bombas hayan dejado de caer y la atención del mundo haya pasado a otros temas. Tras ocho años de conflicto, la invasión rusa de la semana pasada agravará los daños medioambientales de la guerra en el resto de Ucrania.
“Es una extensión de lo que hemos visto en el Donbás, donde tienes un conflicto en medio de esa cantidad superconcentrada de industria pesada y la sombría historia ambiental”, dice Weir. Gran parte de los combates se producen ahora en zonas urbanas como Kiev, Jarkiv y Mariupol, donde las instalaciones industriales y militares, al igual que los depósitos de residuos radiactivos han sido atacados por aviones y la artillería rusa. Estas armas tienen el potencial de dejar no solo una destrucción inmediata, sino un flujo aún más grande de aire y agua contaminada, que será sentida por los residentes cercanos mucho después de que el ataque entre Ucrania y Rusia se calme.
Desde el conflicto de Kosovo de mediados de los años noventa, las Naciones Unidas han intentado reducir los daños medioambientales en las zonas de afectadas, además de acelerar la limpieza posterior. Pero algunos países, entre ellos Rusia, se han opuesto a la creación de barreras de protección, señala Weir: “Adoptan un enfoque bastante fatalista respecto a los daños medioambientales en los conflictos, como el costo de hacer negocios”, afirma. Conforme el combate se prolonga —aparentemente más de lo que las fuerzas rusas habían previsto—, Weir teme que, a medida que el ejército ruso se desespera, el impacto no sea solo colateral, sino una herramienta de fuerza contra los ucranianos.
Andriy Andrusevych, abogado ambientalista con sede en Lviv (Ucrania), señala que cuestiones como la contaminación no son prioritarias mientras suenan las sirenas de ataque aéreo en todo el país. La nación está actualmente a ciegas en cuanto a la vigilancia de las emisiones industriales, añade, ya que los sistemas de control de la contaminación están en gran parte desconectados o simplemente, no se controlan. Pero como un país muy industrializado, Ucrania ya tenía una base de aire malo: “Antes de esto, ya eran una de las zonas con peor calidad del aire de Europa”, dice Mary Prunicki, directora de investigación sobre contaminación atmosférica y salud del Centro Sean N. Parker de Investigación de Alergias de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford. “Si algunos de estos centros industriales son objeto de ataques o se queman accidentalmente, eso va a introducir muchas sustancias tóxicas en el aire”.
Esta contaminación del aire será tremendamente compleja, debido a la naturaleza de la guerra moderna. Los misiles, los bombardeos y las balas de los tanques están consumiendo prácticamente todo el entorno construido. Las explosiones arrojan al aire una amplia gama de materiales, desde los metales pesados de las instalaciones industriales hasta el hormigón, los cables y las tuberías de las carreteras, pasando por el asbesto de los edificios (este material, relacionado con las enfermedades pulmonares y el cáncer, ha sido prohibido recientemente en Ucrania). Y eso por no hablar de los metales pesados y diversos carcinógenos de los propios explosivos.
Dicho de otro modo, los soldados y los civiles están inhalando una variedad de contaminación atmosférica mucho más complicada que, por ejemplo, el producto de la combustión en una autopista. “Cada vez que se destruye algo con las sustancias químicas modernas que utilizamos, no solo los productos petroquímicos, sino también el asbesto —todos estos productos químicos—, se emiten sustancias tóxicas a la atmósfera, incluidos el plomo y el mercurio”, afirma Neta C. Crawford, codirectora del programa sobre los costes de la guerra de la Universidad de Boston. “Es un caldo tóxico que ha sido aerosolizado. Y, por supuesto, algo de eso llegará al suelo y a las aguas subterráneas”. Ciertamente, no ayuda el hecho de que, a medida que la guerra entre Ucrania y Rusia interrumpe la generación de electricidad en toda Ucrania, la gente puede cambiar a generadores de respaldo que funcionan con diésel, añadiendo esos gases a la mezcla.
¿Cómo reacciona el cuerpo?
No es bueno tener partículas en los pulmones, ni siquiera materiales naturales como el polvo. Nuestros pulmones han evolucionado para eliminar estos objetos extraños —cuando toses con mucosidad, es tu cuerpo el que expulsa a los intrusos—, pero las PM2.5 (partículas de menos de 2.5 micrómetros) pueden burlar estas defensas y adentrarse en los pulmones, pasando finalmente al torrente sanguíneo. Esto hace que los metales pesados se distribuyan por todo el cuerpo, y que persistan en los tejidos.
A corto plazo, “los ucranianos podrían sufrir un aumento de las exacerbaciones del asma”, menciona Prunicki, y los ancianos podrían experimentar más casos de neumonía y bronquitis aguda. La contaminación aumenta el riesgo de enfermedades respiratorias infecciosas. Cuando hay partículas en los pulmones, las células inmunitarias intentan absorber esos objetos extraños, es decir, se distraen atacando la contaminación del aire, en lugar de los microbios, “pero también utilizamos esas células inmunitarias para combatir cosas como los virus”, dice Prunicki. “Por eso se ve una relación entre las tasas de la Covid y los incendios forestales, o las tasas de la Covid y la contaminación atmosférica”. (Hay que tener en cuenta que el mundo sigue inmerso en una pandemia, y que solo un tercio de la población ucraniana está totalmente vacunada).
En cuanto a un escenario futuro, según los científicos, entre más nos expongamos a la contaminación atmosférica, menor será nuestra esperanza de vida. En Estados Unidos, la exposición crónica puede acortar la vida promedio en dos meses, dice Prunicki, mientras que en un lugar más contaminado como Bangladesh, son años. “Hay todo tipo de diferentes impactos en la salud, a largo plazo, como diferentes tipos de cáncer”, dice la investigadora. “El cáncer de pulmón está asociado con un aumento de PM 2.5, problemas de tipo neurológico. Prácticamente, nombra el órgano, y hay algún tipo de impacto negativo por la exposición incluso a las PM 2,5.” (El humo contiene partículas de distintos tamaños: las PM 10, por ejemplo, se pueden inhalar, pero no pueden penetrar tan profundamente en los pulmones como las PM 2.5).
Los supervivientes y los primeros rescatistas en los atentados del World Trade Center del 11 de septiembre —quienes están expuestos a sufrir tasas de cáncer mucho más elevadas que el público en general— pueden ser un ejemplo de lo que podrían experimentar los soldados y los civiles de Ucrania en los próximos años: “No se trataba solo de los incendios, sino del polvo y todo lo demás de los propios edificios”, dice Prunicki. “Y me imagino que en Ucrania será algo similar, solamente que en algunas zonas se trataría de viejas fábricas —de tipo metalúrgico— que serían aún peores”. Además, se sabe que los productos químicos utilizados para sofocar los incendios son increíblemente tóxicos. Una vez que cesen los ataques entre Ucrania y Rusia, comenzarán las tareas de limpieza y reconstrucción, exponiendo a más personas a los residuos tóxicos.
El alcance de destrucción
La contaminación atmosférica no se limitará a la zona en torno a un determinado ataque. Un ejemplo de ello es cómo los incendios forestales en la costa oeste de Estados Unidos han crecido tanto que ahora están enviando humo hasta la costa este, a 3,000 millas de distancia. Esto se debe a que el calor de un incendio forestal impulsa las partículas de la vegetación quemada hacia la atmósfera. Las explosiones e incendios en Ucrania están haciendo lo mismo, solo que no para el material orgánico, sino para esas complejas mezclas de materiales sintéticos, químicos y metales pesados. Dependiendo de los vientos predominantes, las partículas extremadamente pequeñas pueden viajar cientos o miles de kilómetros, las mismas motas que son las mayores amenazas para la salud respiratoria por su capacidad de desplazarse a lo más profundo de los pulmones y el torrente sanguíneo.
En Ucrania, los analistas afirman que es probable que la destrucción del medio ambiente empeore antes de mejorar, especialmente a medida que se intensifican los esfuerzos rusos por tomar las principales ciudades del país. Los crecientes ataques a la infraestructura civil en los últimos días “indican que estas condiciones empeorarán exponencialmente”, dice Kristina Hook, profesora de gestión de conflictos en la Universidad Estatal de Kennesaw, quien ha realizado una amplia investigación en el este de Ucrania. A principios de esta semana, Hook observó la intensificación de los ataques a las infraestructuras civiles en ciudades como Kiev (aquí lo que sucede en la capital de la nación) y Jarkov, incluidos los ataques que supuestamente se dirigen a los sistemas de agua. Es especialmente preocupante el presunto uso por parte de Rusia de un arma termobárica, la llamada “bomba de vacío”, que crea una enorme explosión a presión y vaporiza el material que golpea.
En medio de la guerra, los daños ambientales son difíciles de rastrear y medir. Andrusevych, el abogado ucraniano, señala que el conflicto ya ha suscitado una gran preocupación, como en Chernóbil, donde el estado de la vigilancia y el mantenimiento es incierto después de que los sensores registraran allí altos niveles de radiación gamma la semana pasada. También señala las explosiones en un depósito de petróleo en la ciudad de Vasylkiv, a las afueras de Kiev, que ha estado arrojando sustancias tóxicas desconocidas al aire. El gobierno está trabajando en la identificación de los principales problemas medioambientales y en el restablecimiento de los sistemas de control de la contaminación atmosférica, añade.
Es probable que el número total de víctimas solo se aclare después de la guerra. Y entonces la pregunta es qué se hará al respecto. “Creo que algo que podemos decir con certeza es que las cosas no se limpian después de los conflictos en casi ningún sitio”, dice Weir, refiriéndose a conflictos en lugares como Afganistán y Siria. “No es una situación especialmente alentadora o alegre para quien tome el relevo”.
Weir teme que esto sea así no exclusivamente en el Donbás —donde no se sabe si quien tome el control tendrá la voluntad política y la financiación necesarias para evitar el desastre progresivo causado por las minas inundadas—, sino en toda Ucrania. Los gobiernos pueden resistirse a los gastos, a menudo extraordinarios, que supone la eliminación de materiales tóxicos del suelo y el agua; los sistemas sanitarios, tambaleantes por el tratamiento de las víctimas de la guerra, pueden tener dificultades para hacer frente a los problemas de salud crónicos que se derivan. Una vez que las bombas dejen de caer sobre Ucrania, se avecina otro tipo de guerra.
Artículo publicado originalmente en Wired.