Sales del baño del bar y, después de lavarte las manos, te topas con que ya no quedan toallas en el dispensador. Te diriges a la barra en busca de un par de servilletas y, ahí, vislumbras a la mujer de tus sueños. En realidad jamás habías soñado con ella, aun así la encuentras fascinante. Está con una amiga, sonriendo. Se ve que el chisme está bueno. Tú sigues restregando los rastros de papel húmedo entre los dedos, apreciando la escena. De pronto, su acompañante se disculpa y toma una llamada que le da gusto recibir, se levanta y marcha hacia la puerta del local.
¿Cómo conquistar a la mujer de tus sueños?
La chica abandonada aprovecha el momento y le da un par de tragos a su martini de pepino, pero pronto cae presa de la desesperación. Saca su teléfono y, desinteresada, husmea los mensajes que ha recibido durante la noche. Miras por la ventana y la otra no parece que vaya a colgar pronto. Entonces cruzan miradas. Le pides al barman una cerveza para justificar tu presencia. Devuelves tu atención a ella, quien se zambulló nuevamente en su pantalla. Su amiga sigue afuera, parece contenta. Te das cuenta de que es ahora o nunca. Decides acercarte. Por tu cabeza pasan dos millones de frases, pretextos y comentarios que puedes decir. Tu criterio se nubla. Las ideas se agotan y ahora eres tú quien está desesperado.
El primer acercamiento es una misión que requiere de precisión quirúrgica para salir avante. Cualquier movimiento en falso es garantía de fracaso. Dentro del abismal conjunto de palabras que se pueden enunciar para suscitar una chispa entre ambos, la mayoría es peor que subir al montículo y lanzarle una pelota de playa al jugador con el mejor récord de bateo en toda la liga de beisbol.
Las frases para ligar con éxito
Con solo escuchar —y de verdad poner atención— una conversación entre mujeres sobre su experiencia al ser aproximadas por extraños y las frases que utilizan al hacerlo, es fácil darse cuenta qué tan patéticos pueden ser los intentos.
Así que clasifiquémoslas en orden de gravedad y, por lo tanto, de posibilidades de descalabro.
Lo que estoy por relatar es un caso verídico y, en consecuencia, escalofriante.
Acompañé a una amiga a un antro para celebrar el cumpleaños de una compañera de su trabajo. En la mesa habíamos unas cinco o seis personas. De la nada apareció un jovencito con una mala versión de un corte de pelo de futbolista europeo, se dirigió sin tapujos hacia la festejada y le dijo que venía en nombre de su hermano.
Después, explicó que éste era muy buena persona aunque extremadamente tímido y que le gustaría invitarla a salir. “¿Me puedes dar tu teléfono? Te juro que es para él”, recuerdo que imploró, señalando a un pobre hombre entrado en otra charla, al que ni siquiera estoy seguro que conociera.
Cordial, la chica le dio las gracias por el interés, aclaró que tenía novio y se dio media vuelta. Pasaron unos minutos y el tipo regresó. “Dice mi hermano que si te puedo tomar una foto, porque eres tan hermosa, que te quiere recordar para siempre”, se atrevió a susurrar.
De verdad pasó. La propuesta fue tan mezquina que, ante el rechazo, ¿el tipejo osó con solicitar una imagen para su uso personal? Repugnante.
Por desgracia en estos tiempos, la seducción se aprende en la televisión y las películas, de la misma forma que la pornografía es la nueva biblia de la educación sexual. Hay individuos que todavía aplican fingir que conocen a quien se quieren ligar. Le inventan un nombre, un parentesco y se acercan amistosos como si hubieran pasado décadas desde la última vez que se vieron. Luego reconocen que es una confusión e indagan sobre quién es realmente la persona frente a ellos. En estos casos es factible que la muchacha meta la mano a su bolsa para tener el gas pimienta listo, por si acaso, pero jamás en su sano juicio le daría bola a algo así.
En mi opinión las frases de conquista más infames son las hechas. Esas que parecen salidas de un libro de chistes picarescos editado en los sesenta. Cosas miserables como “¿qué pasó en el cielo que los ángeles están en la Tierra?” o “¿de qué juguetería saliste, porque eres una muñeca?”. Quizá en este mundo de absurdos esto podría parecerle simpático a una mujer en diez millones: la misma probabilidad de ganarse la lotería.
Una vez despejadas las atrocidades, podemos entrar en terrenos menos accidentados, aunque igual de peligrosos.
El responder una pregunta que nadie formuló es una pésima manera de entablar una conversación. Esto se puede resumir a cualquier enunciado que empiece con un “sabías que” seguido de un dato que a nadie le importa. Desde un piropo (¿sabías que tienes unos ojos muy bonitos?) o algo peor, por ejemplo, presumir cualquier pertenencia (¿sabías que allá afuera está estacionado mi Ferrari?). Bueno, quizá el Ferrari tenga un mayor índice de éxito, aun así, es de mal gusto.
También son infumables las declaraciones prematuras “creo que estoy enamorado de ti”, “eres la mujer más guapa que he visto”, “nunca había conocido a alguien como tú”. Éstas suelen ser efectivas con damas de baja autoestima y muy de vez en cuando, provocan adulación, pero por lo general son descartadas por irreales e infundadas.
- Entonces, ¿qué decir?
Regresemos a ese instante dubitativo en el bar. ¿Qué frase usar?
La respuesta es ninguna. El minimalismo es la clave aquí. No hay mejor presentación que llegar con seguridad, saludar con un simple “hola” y esperar a que ella responda ante el estímulo. Ahora toda la responsabilidad estará de su lado y, sobre todo, en sus reacciones. La efectividad con la que podamos leerlas e interpretarlas correctamente dará pie al paso a seguir. Ya sea que le haya gustado el contacto o que se haya sentido invadida por el mismo, su lenguaje corporal o incluso el verbal marcarán la pauta. Una vez iniciada la interacción, no quedará duda alguna de los alcances que podrá tener.