Hay muchas razones por las cuales un Casio G-Shock es una inversión más que inteligente. Veamos, hoy en día muchas personas están tratando de reducir sus colecciones de relojes. Y aunque yo no tenía ganancias de criptomonedas para gastarlas en relojes, empecé a darme cuenta de que mi propia colección había crecido demasiado para mi gusto. No porque no me guste lo que compro, sino porque soy como un niño grande y tonto cuando veo algo que me gusta, aunque debo decir que eso no significa que tenga un par de Cartier Tank por ahí, tampoco encuentro Rolex escondidos en los cojines de mi sofá, es más, si estoy en un sitio de reventa y veo algo que grita “señor de la cocaína de los años 80”, probablemente lo compraría. El padre de un amigo me enseñó una vez el reloj que llevaba cuando desertó de la URSS en los años setenta, lo que desencadenó una obsesión por recoger cualquier reloj de la época soviética que vea, funcione o no. Pero mi mayor amor —y la única pieza de la que parece que no puedo deshacerme— es el primer reloj “cool” que me regalaron cuando era un niño: el sencillo y utilitario Casio G-Shock.
Hace un año hice un recuento y descubrí que había acumulado más de 50 relojes, lo que me situó en un curioso lugar intermedio: esa cifra es modesta comparada con la de algunos amantes de la horología y coleccionistas de relojes, pero una locura para aquellos que no tienen ni un solo reloj y que te dirían que si necesitan la hora pueden mirar su iPhone. A mí me resulta más fácil eliminar los discos, los libros, los zapatos, las camisetas vintage y otras cosas variadas que colecciono. Pero, por alguna razón, seguía adquiriendo más relojes que, en muchos casos, nunca usaba. Me di cuenta de que tenía que reducirlo. El objetivo siempre fue conseguir relojes que me gustaran, no crear un pequeño museo horológico en mi reducido apartamento.
Así que decidí que lo mejor era empezar a regalar relojes. Nada demasiado descabellado; no estaba repartiendo Ostras a los conocidos. En lugar de eso, me encontré desechando un Swatch de los años 80 que quizás era demasiado colorido para mi muñeca y que conseguí en una venta de garaje. Pensé que un viejo Rado de los años 70 que compré por 50 dólares (y que ahora parece que se revende por alrededor de 400 dólares) sería un buen regalo para un amigo que acaba de tener su primer hijo. No regalé toda mi colección. De hecho, diría que me deshice de una docena, como mucho.
Pero las piezas que nunca dudé en conservar fueron mis tres G-Shocks: El voluminoso Mudmaster analógico-digital negro que uso cuando hago algo remotamente al aire libre; la colaboración naranja que Casio hizo con la NASA; y mi fiel “reloj de fin de semana”, el DW5600E-1V que compré por 75 dólares hace mucho tiempo.
El je ne se quoi detrás de los G-Shock
Los G-Shocks tienen algo especial. No es el reloj digital original (esa distinción corresponde al Hamilton Pulsar, que cumple 50 años este año). En Reddit, los casi 37,000 miembros que pertenecen a la comunidad del G-Shock son insignificantes comparados con los 704,000 obsesivos del Apple Watch. Sin embargo, el G-Shock tiene una forma de trascender la lealtad a la marca. Un montón de coleccionistas de relojes de lujo sigue respetando el clásico modelo de Casio.
En el libro A Man & His Watch (Un hombre y su reloj), el artista Tom Sachs, quien creó su propia versión del G-Shock “a la manera de los relojes de doble vuelta de Hermés”, cita el eslogan de Patek Philippe sobre cómo nunca se posee ese tipo específico de reloj, “simplemente lo cuidas para la siguiente generación”. Sachs no duda de que el carísimo reloj tendrá algún tipo de significado para quien lo reciba, “pero me gusta la idea de que algo que cuesta 40 dólares sea de tu propiedad, frente a algo que cuesta 4,000 dólares que sea de tu propiedad”.
Además, parece que todos mis amigos relojeros tienen debilidad por este reloj. Mi amigo Tom Kretchmar, abogado y amante de los antiguos relojes de Seiko, no se considera un hombre de relojes digitales. Pero a principios de este año le llamó la atención un G-Shock 5600 clásico y lo compró: “La verdad es que es un reloj muy bonito”, dice, “y me ayudó a entender mejor por qué cuando vas a un museo como el MoMa tienen cosas como una grapadora danesa de los años 70 y el iPod de primera generación en la colección permanente. Hay belleza en la funcionalidad”.
Estoy de acuerdo con mi amigo. Mi problema era que había pasado de la funcionalidad a algo insostenible en lo que respecta a mi colección. Creo que está bien tener varios relojes para diferentes propósitos, pero había llegado a un punto en el que tomaba un reloj y no podía recordar cuándo o por qué lo había comprado. Un día, mientras hacía una ligera limpieza en mi oficina, encontré un Edox de los años 80 que ni siquiera recordaba haber comprado, y luego encontré un Omega de acero inoxidable de los años 70 que sí recordaba haber comprado porque pensé que quedaría bien con una correa de nylon que vi en algún sitio. Compré el reloj, nunca compré la correa, y ahora el Omega únicamente está arrumbado por ahí. Me decía que me pondría el Timex x Beams de carey que compré en Japón, pero nunca lo hice. Es muy bonito y recibe más cumplidos que mi Datejust o cualquiera de mis relojes de buceo.
Pero en un irónico giro del destino, no tenía tiempo suficiente para usar todos los relojes que había comprado. Así que empecé con el G-Shock y trabajé hacia atrás. ¿Para qué sirve cada reloj? ¿Lo quiero, lo necesito o ambas cosas? Obviamente, nadie necesita más de un reloj, pero tenía que encontrar una razón para cada uno de los que guardaba. Y aunque no podía desprenderme de todos ellos, y todavía oigo el tic-tac procedente de varias partes de mi apartamento —dentro de un cajón, detrás de mi sofá y en al menos tres lugares de mi oficina— sabía que el G-Shock, el único tipo de reloj de mi colección que no hace ningún ruido a menos que programe su alarma, era un guardián definitivo.
Artículo publicado originalmente en GQ US.