Atención, este artículo incluye spoilers de Dune: Parte Dos.
La primera película de Dune (la versión del director Denis Villeneuve de la novela clásica de ciencia ficción de Frank Herbert) presentó una serie de grandes escenas de acción que, por desgracia, carecía de sustancia. La película, que contó con la fotografía de Greig Fraser en llamativos tonos naranja y negro, era una maravilla estética, con una partitura de Hans Zimmer que sonaba mientras la noble Casa Atreides (incluido el joven heredero Paul, interpretado por Timothée Chalamet) se trasladaba al planeta desértico Arrakis y rápidamente era víctima de un terrible asalto por parte de sus rivales galácticos, la despiadada Casa Harkonnen. Dune sugería grandeza, pero su gran aspecto ocultaba una narrativa endeble, más basada en el sentimiento que en incidentes convincentes.
Esto se debe en gran parte a que Dune es en realidad una primera parte; es un preámbulo que prepara el escenario para **Dune: Parte Dos **(en los cines el 1 de marzo), en la que sucede lo más interesante de la historia. La segunda parte es, por tanto, una película más atractiva, una robusta **space opera **de revolución y fervor religioso construida a partir de la colección de imágenes de storyboard de la primera película.
¿De qué trata esta segunda entrega?
En Dune: Parte Dos, Paul Atreides y su madre, Lady Jessica (Rebecca Ferguson), viven ahora con los Fremen, nativos de Arrakis que llevan décadas en guerra con las potencias colonialistas. El líder de la tribu Fremen, Stilgar (Javier Bardem), y la soldado Chani (Zendaya) han reclutado a Paul para que les ayude en las incursiones guerrilleras contra los Harkonnens, quienes han obtenido el control del planeta y han lanzado una campaña para erradicar a sus pueblos indígenas. Chani es dulce con Paul y ve su valor militarista, mientras que Stilgar se guía por una convicción mucho más profunda: cree, junto con un número creciente de Fremen, que Paul es la materialización de una profecía, que es un mesías enviado a Arrakis para liberar a los Fremen del sometimiento.
Paul sabe que este mito es propaganda sembrada por el todopoderoso colectivo de monjas mágicas conocido como Bene Gesserit, del que su madre es miembro, y se muestra cauteloso a la hora de alimentar una mentira destinada a mantener a los Fremen esclavizados a un poder superior fuera del planeta. Además, él mismo tiene un ominoso sueño recurrente, otro tipo de profecía más creíble que teme terriblemente que se haga realidad.
Y, sin embargo, es un joven que, por la naturaleza de su nacimiento, tiene una especie de llamada innata al poder. Es embriagadora la idea de que algún día pueda superar incluso a su venerado padre en poder e influencia. La tentación se arrastra hacia él. Esa es la interesante tensión de Dune: Parte Dos: ¿cederá Paul a esas presiones, externas e internas, para convertirse en un gran líder, aunque tema que ese camino le lleve a la ruina?
Mientras Paul lucha con sus impulsos, la película pone en escena una serie de secuencias asombrosas. Hay una emocionante incursión en una pesada máquina cosechadora; hay un angustioso primer intento de montar uno de los enormes gusanos que se abren paso por el desierto. Nos adentramos en el imponente frente de una tormenta de arena, hacia un país por descubrir. También hay un viaje fuera del planeta, al hogar de los Harkonnens, iluminado por el sol negro, donde conocemos a Feyd-Rautha, la despiadada máquina de matar de la nobleza, interpretada con un gruñido y un pavoneo cautivadores por Austin Butler (la mejor incorporación al reparto en esta segunda parte).
Aunque cargada de espectáculo y temas, **Dune: Parte Dos **es sorprendentemente ágil. Como cineasta, Denis Villeneuve ha tenido durante mucho tiempo problemas para equilibrar la trama con la imagen, pero aquí casi consigue el balance exacto. Únicamente hacia el final de la película, un poderoso crescendo en el que se toman grandes decisiones que alteran el universo, la película tropieza con su propio impulso. La complicada evolución de Paul Atreides es lenta y constante hasta que, de repente, se mueve a una velocidad vertiginosa. Da la sensación de que nos hemos saltado un paso expositivo crucial para llegar a la enorme secuencia final. Chalamet es un eficaz comunicador de las torturadas ambiciones de Paul, pero tiene problemas para hacerlo legible cuando realmente importa, porque Villeneuve no le ha dado tiempo.
El tiempo es esencial en Dune, basada en una maraña mitológica más densa que un agujero negro. La segunda parte se las arregla para hacer malabarismos con sus muchos componentes, y llega a algo parecido a una conclusión satisfactoria. Pero es más el final de un capítulo que el de toda una saga. Las películas futuras, si es que existen, le darán a Villeneuve el espacio temporal necesario para desarrollar lo que aquí únicamente insinúa. Es de suponer que veríamos más, por ejemplo, de la princesa Irulan (Florence Pugh), la hija del Emperador (Christopher Walken), quien entra en la historia cuando termina la segunda parte.
Pero, ¿cuántas de estas películas podemos esperar realmente de Villeneuve? Son sagas enormes, que tardan años en construirse. Por eso, sospecho, Villeneuve (quien escribió el guion con Jon Spaihts) decide cerrar tantas puertas como deja abiertas. Dune: Parte Dos funciona bastante bien como final, pero también podría servir como otra plataforma de lanzamiento. Que Paul continúe hacia su peligroso destino dependerá, por supuesto, del interés que siga mostrando Villeneuve, así como de la voluntad de los estudios. Pero si el arco argumental de Dune terminara aquí, estaría muy bien. Todo un logro, teniendo en cuenta la cantidad de aviones —o naves— que Villeneuve ha tenido que aterrizar.
La saga protagonizada por Timothée Chalamet y Zendaya se encuentra en una posición delicada. Demuestra a los que mandan que las películas en serie, si es que tienen que existir, pueden ser ingeniosas, extrañas y sombrías, y seguir despertando el tipo de adicción hambrienta de más que una vez despertaron los brillantes y apetecibles cómics. Sin embargo, esta victoria puede ser pírrica, ya que aviva una mentalidad de franquicia que ha ido erosionando gradualmente la capacidad de innovación de Hollywood.
Por lo tanto, sería mejor para la salud a largo plazo de la industria que Villeneuve y Warner Bros. adoptaran algún tipo de postura de principios y dejaran que Dune se acabara ya, que se detuvieran aquí e hicieran una audaz afirmación de que un raro éxito artístico y comercial puede y debe ser singular, no simplemente devuelto a la línea de producción hasta que el producto se deteriore hasta convertirse en nada. La segunda parte amplía la promesa de su predecesora y la cumple. ¿Por qué arriesgarse entonces a corromper semejante logro en la temeraria búsqueda de un imperio?
Artículo publicado originalmente en Vanity Fair.