El coronavirus ha cambiado hasta la muerte…
“Siempre quisimos casarnos. Fantaseando, en plan romántico decíamos que queríamos una fiesta, invitar a los amigos, él quería que yo cantara, quería hacer una demostración del amor que nos teníamos. Lo dejamos y el año pasado dijimos: ‘¡Vamos a hacerlo ya!’ Empecé a ver lo de unas bodas colectivas pero se suspendieron por la pandemia. Ya no nos casamos”.... A Jorge Isaías Silva el COVID-19 le arrebató a David González Eslava, su pareja por 20 años. Enfermaron juntos y solo uno salió bien librado. Al otro lado del teléfono, bajo la distante impersonalidad que la pandemia ha traído como moneda de cambio, recapitula lo ocurrido en noviembre. Suena tranquilo. Es uno de esos “días buenos” en que el dolor le da tregua. “Hay momentos en que no me puedo estar tranquilo, me la paso llorando. Esa es otra cuestión con esto del COVID: el duelo es más complicado”. En tiempos de coronavirus la pérdida se llora solo.
El 27 de enero las cifras impusieron una infame marca histórica: un mexicano moría cada minuto y el Sars-Cov-2 se alzó como la segunda causa de muerte en el país, según el INEGI. Los pasillos de los rebasados hospitales son las nuevas salas de atención y el oxígeno es el blanco de un mercado negro. El frenesí deja las vidas en el limbo, las de los que perecen y los que siguen. “Es un proceso muy difícil porque no son un número, son personas”, dice Elsa Sifuentes, una profesora cuyo hermano Hugo, de 46 años sucumbió ante la enfermedad. Dejó huérfanos a dos adolescentes y una dinastía entera fracturada. Misas y un novenario vía Zoom han resultado insuficientes. Con el coronavirus las despedidas quedan a medias. Sandra Oropeza, una publirrelacionista de 37 años confiesa que el virus la hizo adulta por completo. Tomó primero su empleo y semanas después, en junio, acabó con la vida de su papá, José Antonio Oropeza Servín, un médico de 65 años. En su familia aún hay incredulidad. “No hemos cerrado el ciclo, todavía no lo terminamos porque mi padre quería estar en el panteón con sus papás”. Con el COVID-19 cumplir voluntades queda pendiente.
Una nueva era para el duelo: a distancia
El ente invisible que ha cobrado la vida de 2.14 millones de personas en el mundo y que ha dejado a México entre los países con el peor manejo de la pandemia ha cambiado también la forma de relacionarnos con la muerte. “Los mexicanos siempre decimos que es nuestra amiga, pero la vemos cuando no nos toca, cuando no está tan cerca”, señala el sociólogo Raúl Flores, de la FES Aragón. El coronavirus ha llevado la muerte a casa y ha tomado la posibilidad de enfrentar el duelo como se solía hacer.
Se trata de un proceso psicoemocional tan personal que no tiene un camino único, explica la psicóloga Silvia Olmedo. Transitar por el vaivén de aceptación, negación, tristeza y otras emociones se complica más debido a las pérdidas simultáneas. Los fallecidos, los empleos, negocios en quiebra, la ruptura de la rutina…. Dejar un proceso de tal magnitud inconcluso puede generar resentimiento, frustración, ansiedad y depresión, explica. “Es como cuando no limpias una herida. Si pones una curita, al principio está bien, pero después está gangrenada. Emocionalmente es igual”, dice Olmedo.
La sana distancia ha alcanzado a funerales, velorios, misas y todo tipo de práctica compartida que resulta crucial para que una persona procese el duelo. Por un lado, apunta el antropólogo Ulises Reyes Hernández, cambia el carácter colectivo de la muerte. ”Estamos dejando de manera pausada los duelos. Está habiendo una reelaboración social sobre cómo concebir los finales”, agrega el catedrático de la FES Aragón. Por otro, están las implicaciones psicológicas y emocionales de no tener un duelo adecuado.
Sandra vio a su padre ingresar por su propio pie en el hospital. Una vez dentro la información fluía a cuentagotas: las instrucciones incluían un horario específico para saber del estado del paciente. “Ni intentes marcar antes o después porque nadie te va a decir nada”, le advirtieron. Ya no lo vio y no hubo tiempo para una despedida. “Me sentía perdida, yo decía: ¿qué sigue? Quiero salir, quiero verlo y no podíamos hacerlo”, comparte. “¡Está cabrón! Te mueve un chorro de cosas el no poder ver a tu enfermo, el no poder estar en los últimos momentos con él. Es una enfermedad que no tiene palabra”.
La psicóloga Luz Azucena Ruiz explica que rituales como un funeral o un velorio son fundamentales para concientizar que, a reserva del tipo de pérdida, se entra en un cierre de ciclo. Además “te devuelve la sensación de control”, apunta. Está también el factor traumático con que se puede catalogar el tipo de duelo que enfrentan quienes pierden a alguien por efectos del coronavirus, pues suelen ser muertes abruptas y en las que una despedida es imposible por los protocolos sanitarios. “Si antes era difícil, la pandemia lo ha vuelto más trágico”, señala la psicóloga especializada en terapias vibracionales.
Compartir el duelo: un paso crucial para la aceptación
El efecto ha cimbrado incluso a quienes convivían con la muerte a diario. El incremento exponencial de las cifras —que han alcanzado el número de fallecidos que la guerra en Siria ha dejado en una década— ha desbordado los crematorios. La mayor agencia funeraria duplicó sus hornos, incrementó su flotilla de vehículos, ha extendido sus horarios y tiene sus crematorios listos para operar en cualquier momento. “No hay número que aguante lo que está sucediendo”, dice Alejandro Sosa, director de operaciones de Grupo Gayosso. El efecto dominó de la saturación de hospitales compromete la dignidad del duelo. “Se supone que por norma nos tendrían que estar entregando los cuerpos en bolsas especiales. En el mejor de los casos lo entregan en una bolsa; y si no, emplayado en un plástico de esos de rollo; y si no en cobijas. Una situación de este tipo afecta la forma en que estamos acostumbrados a despedir un ser querido”
El carácter lúdico y colectivo del duelo ha sido también víctima del coronavirus. El año pasado, los panteones se mantuvieron cerrados incluso durante las festividades del Día de Muertos, un golpe bajo a la celebración cumbre que ha sido objeto de abordaje hollywoodiano y que ha permitido dar un toque celebratorio a las despedidas. La virtualidad ha tratado de amortiguar la abrupta reconfiguración de los duelos, que se viven bajo las reglas de lo remoto. Las funerales son virtuales, iglesias transmiten misas en Facebook y el rosario se hace vía Zoom.
Pero los testimonios son contundentes: resultan insuficientes. En la última década Jorge sobrevivió a un cáncer avanzado y ha enfrentado la muerte de sus padres, abuelos, un hermano y amigos. De algún modo, dice, eso le ha preparado. Pero el fallecimiento de su pareja en plena pandemia es por demás distinto: pese a que incluyó rezos virtuales no hubo un funeral . “Ahora que me pasó esto veo que es indispensable sentirse acompañado. No hubo un entorno donde lloras junto con la familia. De repente me da la sensación de que no le duele a nadie, que solo es una pérdida que yo tengo, de que al mundo no le importa su ausencia”. En la familia de Elsa, practicar un novenario virtual reconfortó, pero ha dejado pendiente una ceremonia presencial. “Finalmente el ritual que hacemos como católicos, el poderlo despedir nos ayuda a estar bien”.
Para cuando hablamos, los Sifuentes habrán sido cimbrados por una nueva y doble pérdida por el COVID-19. Esta vez las víctimas son una tía de Elsa y un primo, quienes prefirieron intentar sobrellevar la enfermedad en casa ante el temor de morir en un hospital. “Es como estar en una pesadilla, lo que parecía estar mejorando se vuelve a revivir, vuelves a llorar y vuelves a sufrir y preguntarte porque nos pasó esto”, comparte la maestra, quien señala que desde el deceso de su hermano han recurrido a psicólogos y tanatólogos para sobrellevar la situación. Y es que la pandemia y el duelo han abierto hilo sobre la salud mental, que se vuelve crucial en el duelo. Gayosso tuvo que acelerar y robustecer “Vida y bienestar”, un programa gratuito abierto a cualquier persona para manejo de duelo y crisis emocional que contempla asesorías con tanatólogos y otros especialistas; el Centro Nacional de Apoyo para Contingencias Epidemiológicas y Desastres implementó un call center remoto donde una red de más de 100 psicólogos proveen asistencia antes los efectos emocionales de la crisis.
Duelos en stand by…
Compartir es crucial: facilita transitar a la realidad de forma colectiva. “La empatía emocional de sentirse acompañado es vital. Eso ya no existe”, zanja Olmedo. En la nueva era del duelo las redes ejercen de refugio virtual para verter las emociones. Meses atrás el hashtag #NoSoloSonNúmeros reunió los testimonios de aquellos que habían perdido algún ser querido a causa del COVID-19 y cuyas historias fueron arrasadas por el meteórico despegue de los índices. El sitio del Museo de Arte de Contemporáneo alberga “Arena fuera del reloj”, un memorial remoto y participativo que reúne fotos y pensamientos de cercanos un fallecido en la pandemia. Hace solo unas semanas, la periodista Gabriela Warketin lanzó este tuit: “A cuánta gente cercana se la está llevando el virus. Y a tanta más que no por menos cercana, deja de ser significativa”. Las respuestas resumieron un hecho: en tiempos de covidianidad la empatía llega en tuits y posts. “Es una respuesta colectiva a la imposibilidad del duelo presencial. Eso nos va ayudar a construir ese ritual colectivo que quedó en stand by”, dice Reyes Hernández.
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Aún en medio de la pausa es necesario culminar el duelo bajo las condiciones que rigen el día a día. Expertos sugieren opciones desde escribir cartas, dedicar oraciones entre los familiares que se puedan reunir o incluso intentar o buscar alternativas que resignifiquen el duelo y la muerte. En Ciudad Juárez, el hogar de Eréndira Guerrero alberga un pequeño taller de artesanías donde hace dos años comenzó a fabricar ositos de felpa confeccionados con la prenda de algún ser querido. Solían pedirlos como obsequios y hasta para propuestas de matrimonio, pero durante la pandemia se los solicitan para recordar a personas que han fallecido por el COVID-19. Los osos sirven de catarsis. “Este virus nos ha quitado hasta el derecho a morir con un sepelio. Cuando vienen por el osito es como tratar de confortar ese hueco, ese vacío que te dejó tan lastimado”, dice al teléfono la fundadora de Muñecas Late-lita. Sus clientes han compartido que los han usado en rituales familiares para rendir homenaje a quienes se han ido por el coronavirus. “Abrazan a los ositos como si estuvieran viendo a la persona que tanto aman, es enriquecedor para el espíritu. Es un impacto que estén funcionado de esta manera”.
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Mientras la humanidad ha puesto sus esperanzas en la vacuna contra coronavirus, que se alza como la verdadera alternativa para dar un revés a los embates de la pandemia, Jorge, Elsa y Sandra esperan que la situación permita despedir a los suyos como tradicionalmente se hace en México. ¿Cerraremos duelos y recuperamos rituales? ¿Reiremos de este episodio como suele hacer el imaginario mexicano? “El humano es un ser muy necio”, dice con una leve risa el profesor Raúl Flores. “Volveremos a nuestras actividades con la misma beligerancia” Aunque eso sí, ya no seremos los mismos. Sociólogos, antropólogos y psicólogos coinciden que la vuelta será de forma distinta: se valorará más la vida. En Sandra, el cambio ya ha hecho eco. “Mi papá siempre me decía: ‘no le tengo miedo a la muerte; no tengo prisa, pero no le temo’. Hoy puedo decir que tampoco le tengo miedo”.
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- David Gónzalez Eslava, era técnico en informática, tenía 56 años cuando falleció. Dejó una boda pendiente y una historia de amor que trasciende los 20 años que compartió con Jorge Alejandro Isaías Silva.
- Hugo Sifuentes se desempeñaba en el área de sistemas de una empresa de transportes; perdió la batalla ante el COVID-19 a los 46 años. Su partida ha implicado una pérdida irremplazable para sus hijos adolescentes, su viuda y su familia.
- José Antonio Oropeza Servín tenía 65 años cuando enfrentó el coronavirus. Le conocían como “El Mariachi”. Es recordado por su familia y sus pacientes, quienes han pedido a los familiares no practicar ningún ritual sin considerarlos.
- GQ quiere que sus nombres sean un homenaje a todas y cada una de las personas que se ha llevado esta enfermedad.
- Jorge, Sandra y Elsa, como el resto de la humanidad, esperan recuperar algo de normalidad para decir adiós a la vieja usanza.