CINE

Ridley Scott planea seguir en cine y TV

Nadie realiza grandes películas con la velocidad –o la confianza– del cerebro de Gladiador y Alien, que ahora tiene 87 años. Y no le importa quién se dé cuenta.
Ridley Scott de pie en blanco y negro mirando a la cmara con bosquejo enmarcado de Alien
El director de cine y televisión Ridley Scott quiere seguir trabajando por mucho tiempo.Alasdair Mclellan

En una estantería de las oficinas londinenses de Ridley Scott Associates hay un recuerdo enmarcado: un reporte de calificaciones de un estudiante de la Stockton Grammar School del Comité de Educación del Condado de Durham. En la portada, completado a mano, figura el nombre del alumno en cuestión: “R. Scott”. A simple vista, eso es todo lo que verías: nada más que un recuerdo sentimental de la infancia de Ridley Scott, hace mucho tiempo en el noreste de Inglaterra.

La cuestión es que Ridley Scott no es necesariamente un hombre de recuerdos sin matices. En la pared de otro de sus despachos, por ejemplo, guarda una copia enmarcada de las cuatro páginas en las que su película de 1982, Blade Runner, fue destrozada por la legendaria crítica de cine de The New Yorker, Pauline Kael. “Blade Runner no tiene nada que ofrecer al público”, escribió Kael. Y “Si alguien aparece con una prueba para detectar humanoides, quizá Ridley Scott y sus socios deberían esconderse”. Y mucho, mucho más.

“Hombre, cuatro páginas de destrucción”, me comenta Scott. “Me destruyó”. Está claro que el recuerdo aún perdura. “¡Ni siquiera la conocí!... Es insolente. A mi nivel, es insolente…”. En cualquier caso, probablemente no te sorprenda que la decisión de exponer este reporte de calificaciones esté más cargada de lo que parecería a primera vista. Sus secretos solo empiezan a revelarse cuando te das cuenta de que el marco tiene dos caras. Scott le da la vuelta para mostrarme el interior del informe que recibió hace 74 años, correspondiente al trimestre de otoño de 1950, cuando acababa de cumplir 13 años. Enumera sus calificaciones, con comentarios ocasionales, juicios que se sitúan en contrapunto casi cómico con la vida que han llegado a prever.

Los primeros años de Ridley Scott

El director de cine y televisión Ridley Scott, cuya primera película fue una adaptación de un relato de Joseph Conrad, y que más tarde dirigió el único guión original de Cormac McCarthy, obtuvo una C en inglés. Scott también logró una C en historia y geografía, aunque más tarde dirigiría elaboradas narraciones ambientadas en los periodos bíblico, romano, medieval y renacentista, así como en la época de las exploraciones y en la era napoleónica, y rodaría por todo el mundo. Asimismo, Scott, al parecer un estudiante de francés terriblemente malo (calificación de D+), realizaría cuatro cintas impregnadas de cultura francesa, una de las cuales, A Good Year (Un buen año), se rodaría cerca de la casa y el viñedo que Scott tiene en Provenza desde hace mucho tiempo. ¿El responsable de dos películas de Gladiador? Sacó una D en la materia de latín. –“No ha hecho, hasta ahora, un buen intento de ponerse al día”– ¿El creador de los mundos detrás de Alien, Blade Runner, Prometheus y The Martian? Una D en matemáticas y una C en ciencias. (“Pobre desempeño: está claro que no se esfuerza”).

Al final del informe aparece un resumen: “Decepcionante. Debe trabajar duro para superar debilidades fundamentales”. Había 31 alumnos en la clase de Scott, y el expediente especifica la posición exacta de este alumno excepcionalmente decepcionante entre sus compañeros. Scott ocupaba el puesto 31. El último de la clase.

Mientras Scott me muestra esto, me explica: “Estoy orgulloso de haber llegado hasta aquí siendo tan tonto”. Pero está jugando con la segunda mitad de esta ecuación: “Sabía que no era tonto». En parte, su bajo rendimiento académico se debía a que su familia se había mudado mucho a causa del trabajo de su padre como ingeniero del ejército británico. Pero quizá también se debiera a que el joven Ridley Scott ya estaba desarrollando un sentido de quién era y de lo que quería, y una confianza para seguir su propio camino. “Estaba allí sentado durmiéndome en historia y geografía, pensando: ¿Por qué estoy aquí?”, me dice. “Hasta el punto de que fui a ver a mi director, que era un superviviente de la Primera Guerra Mundial –llevaba una toga negra y caminaba como Drácula– y le dije: ‘¿Puedo verle, señor?’. Me contestó: ‘Pasa, chico’. Y cuando entré, le expresé: ‘Señor, con el mayor de los respetos, no sé por qué estoy aprendiendo francés, o latín, o trigonometría. Nunca las utilizaré’”.

Más adelante, este impulso –la necesidad de eludir lo que quizá sean las ineficiencias no examinadas del mundo para hacer que las cosas sucedan– parece haber ayudado bastante a Scott. En aquel entonces, tal vez menos. Si Scott imaginaba que su reunión con el director instigaría un animado debate sobre el plan de estudios, estaba muy equivocado.

“Me azotaron”, compare. “Inclínate, chico. Uno... dos... tres... cuatro... cinco... seis…”.

Scott cuenta esta historia sin rencor. Después, recuerda, uno de los otros chicos le preguntó si le había dolido. “Claro que me dolió”, contestó. No importa. Las cosas a veces duelen. Su madre lo había educado para aguantar las situaciones: Supéralo. Te pondrás bien.

“Era como una medalla de honor”, señala. “El moretón en las nalgas era una medalla de honor”.

Ridley Scott y su imparable ritmo al hacer cine

Se observa un patrón familiar entre los directores de cine de éxito a medida que se acercan a sus últimos años. Los intervalos entre sus películas se alargan, y las obras que realizan tienden a volverse más meditativas y pausadas, como si trataran de añadir unas últimas palabras, a menudo más personales, como remate a la conversación de toda una vida con el mundo.

Scott no da muestras de encajar en este patrón. Cuando Scott y yo nos reunimos a finales de 2024, él estaba estrenando la película Gladiador II, una obra que se mueve con una energía y una propulsión que no ofrecen ninguna pista de que un adulto mayor de 86 años haya estado al timón. Todas las cintas recientes de Scott –Napoleón, La casa Gucci, El último duelo han sido grandes y arrolladoras, llegando una poco después de la otra. Hace un tiempo, cuando alguien le preguntó por el supuesto miedo de Martin Scorsese a que se le acabara el tiempo, Scott señaló: “Bueno, desde que empezó Los asesinos de la luna he hecho cuatro películas”.

Para 2025, me confiesa Scott, cree que quizá se tome un descanso de su ritmo autoasignado de una película al año.

“Tal vez hagamos dos películas”, aclara. En el momento de nuestra entrevista, el plan es una historia de supervivencia postapocalíptica, The Dog Stars, seguida de una biopic de los Bee Gees, You Should Be Dancing. “Una en abril y empezar la siguiente en septiembre”.

¿Así que quieres acelerar el ritmo?

“Sí. ¿Y por qué no? Los estudios confían en mí. Me dicen: ‘Okay’”.

Seguramente tienes amigos que te comentan: “Oye, ¿no quieres relajarte un poco?”.

“No, no, no. Nadie me dice eso. No”.

¿Nadie se atreve a decirlo?

“No, no”.

Okay. Bueno, ¿qué le expresarías a la gente que te pudiera decir eso?

“Les respondería: ‘Búscate una vida’. Y luego les diría: ‘Mira, somos diferentes’”.

“Y no se trata de presumir, son solo negocios. Me gusta ir rápido. Forma parte de mí”.Alasdair Mclellan

De la idea de Rambo a los Bee Gees

El expediente académico de Ridley Scott, de 13 años, tenía un punto destacado: arte; una calificación de A (“Trabajo excelente”). Eso le señaló el camino a seguir. Tras cuatro años en una escuela de arte de la provincia, consiguió una beca para estudiar diseño gráfico durante tres años en el prestigioso Royal College of Art de Londres, “como llegar a la cima del Everest”, declara. Scott describe cómo se formó en una fila en la calle para inscribirse: “Todos hacíamos fila fuera de Cromwell Road bajo la lluvia. Y en la acera había un tipo a mi lado. Tenía un acento de Lancashire verdaderamente encantador: ‘¿Tú qué haces? ¿Pintura?’. Le respondí: ‘No, diseño gráfico’. Y me dijo: ‘Qué interesante’. ‘¿A qué te dedicas?’. ‘Pinto; me llamo David’”. Así fue como Ridley Scott conoció a su colega de la universidad de arte David Hockney, que pronto se convirtió en una estrella del mundo artístico.

Scott encontró otro tipo de éxito. Como empleado en la BBC, pasó del diseño de escenografía a la dirección, y luego saltó al sector de los anuncios de televisión. Los años sesenta en Londres fueron una época dorada para el cine inventivo de 30 segundos, y él ya trabajaba a un ritmo inusual. “Siempre ha estado ahí”, confiesa. “Y no se trata de presumir, son solo negocios. Me gusta ir rápido. Forma parte de mí. Así que haría cien anuncios al año, personalmente, cuando la gente realizaría doce y pensaría que está ocupada. Yo no podría hacer eso”.

No tardó en hacerse rico y, hasta cierto punto, famoso: en 1974 apareció en un documental de la televisión inglesa, Heroes of Our Time, en el que se le presentaba como uno de los “tres hombres cuyo empuje y previsión les ha llevado de la nada a la fama en la era del pop”. Pero también se sentía cada vez más frustrado. Quería hacer películas, pero no podía forzar esa puerta. Mientras tanto, para su mortificación, sus dos principales compañeros en la publicidad británica se le adelantaron. “Alan Parker consiguió una película primero, y quise suicidarme”, señala Scott. “Adrian Lyne obtuvo una después, y definitivamente quise cortarme el cuello”.

La falta de progreso de Scott no fue por falta de intentos. En un momento dado, leyó un libro que pensó que sería una buena película: First Blood (1972), sobre un veterano de Vietnam arruinado. Scott consiguió hablar por teléfono con el director de Warner Bros, John Calley, en Los Ángeles. “Oh, bien notado”, le reconoció Calley, “pero estamos bien encaminados”. Ya estaban rodando lo que sería la primera película de Rambo.

Otra oportunidad perdida de aquella época –que cobra nueva relevancia todos estos años después– vino del representante de los Bee Gees, Robert Stigwood, que se había fijado en el trabajo comercial de Scott. La banda musical se estaba desmoronando –“se negaban a trabajar juntos”, cuenta Scott–, y Stigwood pensó que la solución sería que hicieran una película. Stigwood invitó a Scott a discutir el asunto en su mansión al norte de Londres, donde Stigwood quedó aparentemente asombrado de que Scott, un posible director primerizo, se presentara en un Rolls-Royce. (Scott, cuyo estilo de conversación está plagado de comentarios ingeniosos y, a veces, agudos, comenta que Stigwood tenía “una casa bonita, pero imitación de una Tudor”. ¿Adónde quiere llegar Scott con todo esto? Se aclara rápidamente. “Yo tenía una de verdad”, afirma, refiriéndose a una casa de campo llamada Crowhurst Place que compró al sur de Londres en los años ochenta. “La mía era de Grado 1. 1360. Tenía un foso de verdad y cosas así”).

Stigwood respondió bien a la sugerencia de Scott de que la película fuera “algo medieval”, y entonces, sin dejar de hablar con Scott en todo momento, hizo una llamada telefónica. “Y entonces aparecieron uno, dos y tres Rolls-Royce”, relata Scott, “y todos los Bee Gees se aparecieron… Se mostraron increíblemente agradables: no se dirigían la palabra, pero eran encantadores conmigo”. Scott animó a los Bee Gees a ver cine de Ingmar Bergman mientras él se dedicaba a coescribir un guión, Castle X. El director estaba buscando locaciones detrás del Telón de Acero, en Budapest, cuando le informaron de que ya no dispondría del financiamiento necesario. Nunca volvió a ver a ninguno de los Bee Gees.

Bueno, hasta el año pasado, después de que Scott aceptara encargarse de la largamente planeada película biográfica de los Bee Gees. 2Me gustaba el lado trabajador de los Bee Gees", señala. Y: “Se trata de la competencia con los hermanos... Y después pierden a Andy –tuvo una sobredosis a los 30 años–... Se trata más del don que de la suerte, ¿verdad? Es una historia fantástica”.

Por eso Scott se reunió con el único Bee Gee que quedaba, Barry Gibb, por primera vez en 50 años, en la segunda casa de Gibb, a las afueras de Londres. (“Una casa muy bonita”, comenta Scott. “Irónicamente, imitación de una Tudor”). Cuando le pregunto si encontraron fácilmente un terreno común, Scott responde: “Sí... ahora sabe quién soy”. Esta nueva película contaba con un guion, tenía reparto y equipo, y estaba previsto que empezara a rodarse a principios de 2025. Pero Scott me explica –de una forma que parece revelar mucho sobre su forma de trabajar– que el proyecto se topó con un obstáculo.

“El acuerdo: el estudio cambió los objetivos”, revela. “Les dije: ‘No pueden hacer eso’. Insistieron. Les aclaré: ‘Bueno, les advierto que me iré, porque pasaré a la siguiente película’. No me creyeron, y eso hice”.

Scott señala que espera que estas diferencias se resuelvan, y que el proyecto siga adelante como segunda película de su año, pero por ahora lo ha dejado de lado.

“Me pedían que fuera demasiado lejos”, añade. “Y yo contesté: ‘No. ¡Lo siguiente!’. No les gustó mi propuesta. Así que decidí seguir adelante. Soy caro, pero soy jodidamente bueno”.

Tal vez sea un buen momento para señalar que Ridley Scott luce menos preocupado que la mayoría de la gente del cine actual por limpiar sus pensamientos. En 2021, estableció una marca moderna en el frágil debate socrático que es la entrevista a famosos cuando, al responder a una enrevesada pregunta a través de Zoom a un entrevistador ruso que Scott consideraba que estaba menospreciando su trabajo anterior, contestó, con todas sus letras: “Señor, que lo jodan. Váyase a la mierda. Muchas gracias. Váyase a la mierda. Váyase a la mierda, señor”.

Al recordárselo hoy, Scott se ríe divertido, diciendo –y no logro leer si pretende o no que esto sea algún tipo de advertencia–: “Bueno, ya sabes, si te hacen una pregunta estúpida, recibes una respuesta estúpida”.

El exitoso Alien de Ridley Scott

Scott consiguió finalmente que se rodara su primera película encargando a alguien más la escritura del guion, aceptando no cobrar honorarios y garantizando él mismo la finalización de la cinta. “Eso fue un ‘Bienvenido a Hollywood’”, comenta con ironía. The Duellists (Los duelistas, 1977), sobre dos oficiales del ejército francés que se encuentran periódicamente y se enfrentan, mucho después de haber olvidado por qué estaban enfadados el uno con el otro, ganó un premio en Cannes, pero fracasó comercialmente. Después, Scott se puso a trabajar en una adaptación del cuento medieval Tristán e Isolda hasta que, en mayo de 1977, vio La guerra de las galaxias. “Me deprimí durante cuatro meses”, declara. “Era tan buena”. Por eso, cuando se le presentó la oportunidad de dirigir una película sobre una criatura alienígena suelta dentro de una nave espacial –Scott ha dicho a menudo que él era la quinta opción–, no dejó pasar la oportunidad.

Los signos de la riqueza obtenida por la publicidad que hizo Scott volvieron a causar confusión en su nueva vida. Cuando llegó al set de rodaje de la película Alien: el octavo pasajero, en su Rolls-Royce, recuerda que Sigourney Weaver le preguntó: “¿Quién te lo regaló? ¿Tu padre?”. No ayudó, señala, que su aspecto fuera anormalmente joven. Tenía 40 años cuando hizo Alien, pero, asegura, “yo era uno de esos bichos raros que parecían tener 27”. Por eso se dejó crecer la barba, que actualmente es su marca registrada, y que iba y venía antes de quedar grabada como su parte de su imagen.

Mientras promocionaba Alien, la película que le puso en el mapa, Scott se mostraba desafiante sobre lo que era y lo que no era. Alien no tiene “ningún contenido intelectual, ningún mensaje”, insistió en una entrevista, de una forma que, incluso entonces, parecía deliberadamente calibrada para ensartar una clase particular de presunción de director de cine. “Sí”, responde cuando se le recuerda esto. “¿Cómo podía darte un susto de muerte? Ese era el trabajo. Y lo hice. El estudio no paraba de decir: ‘Dios mío, eres repugnante’. Yo contestaba: ‘Me pagan por ser asqueroso. Esto es una película de terror, hombre’”.

Inevitablemente, algunas de las cintas que siguieron se consideran más exitosas que otras. Pero Scott no lo ve así. Como comentó en una entrevista reciente “Me gusta todo lo que he hecho. Todo. Así que creo que se equivocan”. En otras palabras, hay grandes películas de Ridley Scott que fueron reconocidos como tales, y grandes filmes de Ridley Scott que de alguna manera no lo fueron, al menos hasta ahora. Así que hablará encantado de Thelma y Louise, de 1991, que le valió su primera nominación al Oscar, y a la que con frecuencia se le atribuye el despegue de la carrera de un Brad Pitt casi desconocido, en su papel de seductor ladrón a mano armada que roba escenas. (Le pregunto a Scott cuánto mérito tiene en la carrera de Pitt. “Todo”, responde. Aunque se retracta un poco diciendo: “Creo que habría encontrado su camino”, luego redobla la apuesta: “probablemente [sean] los 17 minutos más valiosos de su carrera”). Pero entonces pasará a una película que quizá no se te hubiera ocurrido mencionar –por ejemplo, 1492: La conquista del paraíso, protagonizada por Gérard Depardieu en el papel de Colón, considerada por muchos como uno de los fracasos de Scott– y se irá por las ramas: “En realidad, la cinta era jodidamente buena. La película era tan hermosa, majestuosa y ambiciosa. Construimos tres carabelas. Navegué dos desde Bristol y una desde Argentina. Y luego construí la ciudad de La Isabela. Construí la catedral. Construí dos pueblos caníbales. No se me permite decir la palabra caníbal allí, pero eran caníbales”. Luego me cuenta que considera que el problema tal vez sea el inglés de Depardieu y que le gustaría rehacer el diálogo, tal vez con Kenneth Branagh volviendo a grabar los diálogos de Depardieu.

A veces, quizás, el destino de una película escapa al control de su creador, y hay un ejemplo particularmente extraño de ello en el catálogo de Scott. Su película de 1996, White Squall, se basa en una historia real sobre un malogrado viaje en velero. A bordo del barco hay una campana que lleva inscrito un lema inspirador, invocado varias veces en la cinta y que ocupa un lugar destacado en sus trailers: Where We Go One/We Go All (Donde Vamos Uno/Vamos Todos). O, abreviado con frecuencia por los seguidores de QAnon que lo han adoptado como lema, WWG1WGA.

Resulta que esto es nuevo para Scott. Por una vez, parece ligeramente desconcertado.

Le pregunto si le parece escalofriante.

“Claro que sí”, responde. “No lo sabía. No, es muy escalofriante”.

Hacia la creación de Gladiador II

En términos de éxito comercial y de la crítica, el punto culminante de la carrera de Scott llegó en 2000 con Gladiador. Scott fue de nuevo nominado al Oscar; la cinta ganó el premio a la mejor película y Russell Crowe el de mejor actor. Poco después, Scott exploró la idea de una secuela, en la que participaría Lucius, el hijo del personaje de Crowe. Pero esa trama habría excluido a alguien que tenía muchas ganas de participar. “Russell, frustrado, me dijo: ‘¿Qué carajo hacemos? Quiero volver, pero estoy muerto’”, cuenta Scott.

Scott me hace ver que durante mucho tiempo no prestó suficiente atención a las posibilidades futuras de trabajos anteriores. “Ignoré las secuelas, y no debería haber ignorado las secuelas”, señala, y procede a plantear una cuestión delicada sobre quién tiene derecho a continuar las historias llevadas al cine. “Soy el autor de Alien, de verdad. Soy el autor de Blade Runner. No me refiero al escritor. El escritor lo crea. Pero en el momento en que lo pones todo junto, eres el maldito autor, te guste o no, para bien o para mal”. Gladiador termina con el personaje de Crowe en el más allá, visto desde atrás, caminando hacia su esposa y su hijo. A quien vemos en la película terminada es en realidad el doble de Crowe. Ese fue el día en que Scott vio al doble fumando un cigarro durante un descanso en el campo de trigo y, horrorizado por el riesgo de incendio, le dijo que dejara de hacerlo. Pero entonces, como era de esperar, Scott se fijó en un movimiento que el doble realizaba con la mano y le ordenó que lo repitiera. Esto se convirtió en la imagen icónica –una mano rozando las cabezas de grano a la luz del sol– que se convertiría en un poderoso adorno que se repetiría en la cinta.

Siempre había supuesto, al leer antes sobre esto, que solo el doble de acción tenía previsto estar en la Toscana, donde se rodó esta escena, pero, según cuenta ahora Scott, parece ser que no.

“Russell nunca apareció”, murmura Scott. “En la Toscana. No fue. Para el cielo, al final”.

¿Tenía que estar en ese rodaje?

“Sí”.

Supuse que habías decidido hacerlo con un doble. ¿No fue así?

Scott, con aspecto un poco incómodo, parece recular. “Lo hice. Ponlo así”.

Pues tú lo acabas de decir de otra manera.

Ahora, Scott parece dar vueltas en lo su discurso. “No, no puedes mencionar eso. No digas eso, no.... Pero no apareció. Pero es.... Escucha... no fue fácil”.

“Me gusta todo lo que he hecho. Todo. Así que creo que se equivocan”.Alasdair Mclellan

En un momento del trayecto hacia la creación de Gladiador II, Crowe tomó las riendas de la película. El actor encargó a Nick Cave que escribiera un guión en el que su personaje reaparecía desde el más allá, lo que dio lugar a una narración notoriamente fantasiosa en la que el gladiador de Crowe viajaba hacia la historia moderna. Scott asegura que participó plenamente en el proceso creativo con Cave: “Yo estaba en Los Ángeles, él en Brighton, así que hablábamos casi a diario durante un mes, 45 minutos. Me cae muy bien. Es muy inteligente”.

Pero Scott acabó pasando el guion de la secuela de Cave a la persona que originalmente había metido a Scott en Gladiador: Steven Spielberg. “Le dije: ‘Mira, lee esto’”, recuerda Scott, “‘porque, a menos que se me escape de las manos, no me gusta lo del viaje en el tiempo’”. Luego Scott lo reconsidera. “No le dije eso. Lo dejé que diera su opinión.... Respondió: ‘No’. Pensó que era demasiado vasto, demasiados puentes que cruzar”.

Años después, la secuela Gladiador II por fin cobra forma sin Crowe.

Sé que Russell Crowe ha hecho algunas declaraciones complicadas sobre el estreno de esta película. ¿Has hablado con él al respecto?

“No. ¿Por qué iba a hacerlo? Es como James Bond. Es como Sean Connery conversando con Roger Moore. ¿Por qué? ¿Por qué iba a molestarse?”. Más adelante, Scott también añade esto: “En realidad, es una especie de amigo. Es decir, he hecho cuatro o cinco cosas con él. Así que tengas los altibajos que tengas, sigue siendo básicamente un amigo”.

Perros, caballos y personas

La película de Ridley Scott de 2023, Napoleón, termina con la frase: “Dedicada a Lulu”. Si buscas en las listas de familiares, amigos y colegas profesionales conocidos de Scott, tratando de averiguar quién podría ser esta Lulu, te quedarás sin saber, por una buena razón. Lulu era la querida border terrier de Scott, que murió durante la producción de la cinta.

Inmediatamente después de nuestra conversación, Scott tomará un avión hacia su casa en Francia, donde pasará gran parte de la semana siguiente pintando cuadros de perros. “Los perros son mi animal favorito”, me dirá. “Luego los caballos, porque sé de caballos”. Me enseña una foto en su teléfono del perro que llenó la ausencia que dejó Lulu en su época de Napoleón, un labradoodle castaño. “Parece un mestizo desaliñado que corre como un antílope hacia atrás”, me comenta. Se llama Josephine.

Le pregunto a Scott sobre algo que mencionó hace unos años: que considera que los perros son mejores que las personas. No ha cambiado de opinión.

“Los perros no me irritan, las personas sí”, responde. Y lo reconsidera. “Con frecuencia, las personas sí”.

Así que, para que quede claro, le pregunto: ¿el orden oficial es: perros, después caballos, luego personas?

Sonríe, y desde luego no siente ninguna necesidad de corregirme.

“¡Más o menos!”, contesta, despreocupado.

¿Cómo trabaja Ridley Scott?

Hay lecciones que Scott asegura haber aprendido a lo largo de los años. Una de ellas es cerrar sus oídos a gran parte de lo que le llega. “He descubierto que, si eres cineasta, recibes muchos consejos”, me confiesa. “Y al final, aprendes a olvidar los consejos, porque normalmente tú sabes más que ellos”.

Scott también ha desarrollado hábitos de trabajo particulares que lo aceleran todo. Prefiere rodar con varias cámaras, a veces hasta 11, frecuentemente filmando todos los ángulos necesarios de una escena a la vez, lo que reduce enormemente la cantidad de tomas necesarias. Mientras tanto, su editor trabaja en un borrador de la película mientras Scott sigue rodando. “Muchos directores no dejan que nadie toque nada hasta que terminan”, dice. “Eso alarga la producción, el proceso de dos años. Yo no podría. No tengo paciencia”.

Gladiador II se filmó en 51 días y, según Scott, se hizo 10 millones de dólares por debajo del presupuesto. Describe con entusiasmo la transformación de la arena en agua para la escena inicial de la batalla, y el proceso de llenar digitalmente el Coliseo de agua y tiburones. Pero de lo que realmente le gusta hablar es de los babuinos.

Scott señala que los 12 babuinos que aparecen en un enfrentamiento entre romanos fueron “el mayor desafío, curiosamente”, y hace hincapié en que estos animales –que son los más aterradores que jamás hayas visto– están inspirados en la realidad; concretamente, en un babuino particularmente aterrador que vio una vez atacando a un turista en la televisión sudafricana. Me relata una molesta conversación que tuvo con alguien sobre el babuino que se enfrenta al personaje de Paul Mescal en Gladiador II. (A Scott le gusta explicarse relatando una conversación anterior entre él y alguien que considera tonto). “Alguien comentó: ‘Sabes, es un babuino de aspecto gracioso’”, comparte. Le dije: ‘No conoces a los babuinos, amigo. ¿Has visto algún babuino con alopecia?’. Y él contestó: ‘¿Qué es la alopecia?’. ‘Bueno, para empezar, ¡no sabes de qué carajo estás hablando! Significa que has perdido el pelo’... Así que basé el monstruo que atacó a Paul en este babuino con alopecia”. Lo que nos lleva a otro tema recurrente en las entrevistas a Ridley Scott: si sus películas son precisas desde el punto de vista histórico y de los hechos. Incluso cuando esto alcanzó su punto máximo con Napoleón, Scott se mostró bastante desdeñoso. Así que ahora que Gladiador II se enfrenta a algunas críticas respecto a su fidelidad en la representación del Imperio Romano del siglo III, imagino que Scott tendrá algo que decir al respecto. Estoy en lo cierto.

“Sí: ‘Búscate una maldita vida’”, expresa. “Me tomas el pelo. Búscate una maldita vida. Quiero decir, no puedo molestarme con eso. A cualquiera que diga eso, siempre le respondo: ‘¿Qué has hecho este año?’. Y contestan: ‘¿Qué?’. Yo repito: ‘¿Qué has hecho este año?’. Y me dicen: ‘Ummm....’. ‘¿En serio?’. ¿Lo hiciste? Okay, pues hice esto. Y estoy muy contento con ello. Así que vete a la mierda... ve y trata de hacer algo’”.

La vida familiar de Ridley Scott

Ridley Scott era el segundo de tres hermanos. El mayor, Frank, dos años mayor, se había ido de casa a los 16 para ser oficial naval en la marina mercante, con base en el sudeste asiático. “Sentado en el puente”, cuenta Ridley, “sin protector solar, con su taza de té y un cigarro”. Ridley no conocía bien a Frank: “Desaparecía durante un año. En algún momento estuve cinco años sin verlo”. Pero un fin de semana –fue justo después del éxito de Alien– Frank visitó a Ridley en su casa inglesa de los Cotswolds, y tenía una petición: “Me dijo: ‘Quiero que mires algo’. Era un gran lunar negro”. El lunes, Scott llevó a su hermano a un especialista, que le diagnosticó un melanoma, pero ya era demasiado tarde. “Lo perdí en 10 meses”, relata Scott. “Vi cómo se iba. Y me senté con él cuando se fue. Y eso me dejó absolutamente trastornado. Y no lo sabía, porque siempre me habían educado para ser ‘duro de roer’ y esas tonterías, y mi madre siempre decía: ‘Supéralo, te recuperarás’. El ‘supéralo, estarás bien’ a veces es una cura. Y a veces no. En mi caso, no lo sabía”.

En aquel entonces, Scott preparaba una película de Dune de Frank Herbert –había coescrito un guion–, pero iba a llevar demasiado tiempo y necesitaba un nuevo proyecto, uno que pareciera listo para ponerse en marcha, ya. Así fue como Scott se encontró haciendo Blade Runner.

El otro hermano de Ridley, Tony, era casi siete años menor que él. Cuando Ridley estaba en el Royal College of Art, eligió a Tony como protagonista de la que sería la primera película de Ridley Scott, Boy and Bicycle. Sigue a su hermano durante el transcurso de un día en el que se ausenta de su vida cotidiana y va en bicicleta hasta el mar. La lección parece ser que la evasión no siempre te trae lo que esperas. “No es libertad, se convierte en una prisión”, explica Scott. “Vas en círculos, analizándote y pensando en profundidad sobre todo lo que normalmente no harías. Así que esa era la historia”. Tony, que acababa de cumplir 17 años, era un participante algo reacio. “Le dije: ‘Levántate, vamos a hacer una película’. Porque era un perezoso del carajo. ‘¡Levántate!’. Le arruiné las vacaciones de verano. Pasamos seis semanas filmando todos los días. Pero cuando la monté y se la presenté, quedó impresionado. Y de lo que no nos dimos cuenta fue de que estábamos planeando una vida juntos como cineastas”.

Tony Scott siguió los pasos de su hermano en la publicidad y luego en el cine, donde cosechó gran éxito dirigiendo Top Gun, Beverly Hills Cop II, El último Boy Scout y muchas otras.

“Tony era muy, muy popular entre la gente”, destaca Scott. “La gente quería a mi hermano. Más que a mí”.

¿Por qué?

“No lo sé. Bueno, él era más extrovertido y más dulce. Yo no soy tan dulce”.

“Y al final, aprendes a olvidar los consejos, porque normalmente tú sabes más que ellos [como cineasta]”.Alasdair Mclellan

Scott cuenta que él y su hermano menor hablaban normalmente todos los días. (Lo considera una práctica natural; a día de hoy, intenta hacer lo mismo con sus tres hijos, aunque solo sea una breve conversación). Cuando era joven, relata Scott, su hermano había sobrevivido a un cáncer testicular. “Utilizaron con él algo totalmente nuevo llamado quimioterapia .... Y lo curó. Hasta mediados de los sesenta”. Scott cuenta que el cáncer de Tony volvió a tratarse con éxito, aunque le dijeron que ya no podría disfrutar de su gran pasión: el alpinismo.

En 2012, Scott se dio cuenta de que su hermano tenía problemas. “Así que en los últimos cuatro meses pasé más tiempo con Tony, que nunca. Porque notaba que algo pasaba. Su esencia parecía.... El fuego había desaparecido. Y eso no me gustaba. Así que le preguntaba al especialista: ‘¿Te parece bien que salgamos a beber?’. ‘¿Puedo salir con él?...’. Tomábamos martinis con vodka. Él indicó: ‘Claro, no hay problema’. Y yo intentaba que se comprometiera con la próxima película: ‘Esa es tu próxima montaña’. Y él no iba a ir allí. Le dije: ‘Escucha, ya no puedo jugar tenis’. Tengo una prótesis de rodilla; bromeaba sobre ello. Y le dije: ‘Mira, llevo 40 años jugando tenis. Tú llevas 40 años escalando. Supéralo’. Intenté hacerlo como mi madre. Le dije: ‘Supéralo. Estarás bien’. No funcionó”.

El 19 de agosto de 2012, cuando Scott estaba de viaje en Francia, Tony le llamó. Hablaron durante unos minutos. “Siempre le daba buenas noticias”, comenta Scott, “porque tiendo a ser el líder, porque soy el mayor. Me limitaba a decir: ‘Esto es así, esto es bueno, esto es bueno, esto es bueno...’”. En retrospectiva, lo único que me pareció extraño fue la forma en que Tony me respondió: ‘Es maravilloso, Ridley’”.

“Nunca había usado las palabras de ese modo”, cuenta Scott. “No me gustaba: ‘Es maravilloso’. Y luego colgó”.

Más tarde, Scott se daría cuenta de que, mientras Tony hablaba, estaba de pie en el puente Vincent Thomas, que se eleva sobre el puerto de Los Ángeles. “Alguien dijo que vieron a alguien de pie en el puente”, recuerda Scott, “y se detuvieron y miraron hacia atrás, y él saludó”.

Poco después, Tony Scott saltó.

Le pregunto a Ridley si lo ocurrido lo cambió a él y su forma de ver el mundo.

“No”, responde. “Cada vez maduras un poco más, y piensas, ya sabes, ¿cuánto me queda? Pero tiendo a no pensar en eso”.

The Dog Stars y lo que sigue para Ridley Scott

Ridley Scott sigue ocupado haciendo exactamente lo que sabe hacer. Señala una tira de seis pósters enmarcados de Gladiador II que recorren la pared de la habitación. “Esto es una maravilla”, me dice. “Es una maravilla. Gladiador II. Es una bestia”.

Es sabido que Scott eligió al actor Paul Mescal como figura central de Gladiador II tras quedar impresionado por su amplia interpretación en Normal People. Aunque, señala Scott, “la nariz romana le ayudó.... Cuando lo conocí –‘¡Santo cielo, tiene una nariz romana de verdad!’”. A Scott también le gustó la formación teatral de Mescal. “Creo que sus verdaderos fundamentos son los escenarios, son el teatro”, opina Scott. “Y siempre que trabajo con un actor de teatro, me lo paso bien”.

Scott sugiere que la habilidad de los actores con preparación teatral complementa la suya. “Creo que lo mejor es que me mantienen honesto”, afirma. “Mi don es lo visual. Y sin duda he aprendido a ser bueno con la historia; fíjate en todas las películas que he hecho. Todas tienen buenas historias. Una película es una historia. Eso es todo. De clase alta, media o baja, ¡es un maldito argumento! Y ése es nuestro trabajo. Somos narradores. Y así, los actores de teatro, en cierto modo, tienen un cimiento en el que apoyarse si la situación se complica”.

La ironía, reconoce Scott, es que no le gusta mucho ir al teatro. “Me quedo dormido”, confiesa.

Cuando hablamos, Scott y Mescal tenían previsto reunirse en el próximo proyecto de Scott, The Dog Stars, aunque los últimos informes sitúan a Jacob Elordi en el papel protagonista. La emoción de Scott al describir la película es convincente. Primero comenta: “Bueno, si te lo cuento, dirás: ‘Ya lo he oído todo... fin del mundo, supervivientes, etcétera’”. Pero ve una forma de contar la historia “con una visión completamente nueva”. La compara con uno de sus mayores triunfos de los últimos tiempos, The Martian. “Un hombre queda varado en Marte, sobrevive, lo recogen y vuelve a la Tierra”, cuenta Scott. “¿No es jodidamente aburrido, verdad? Pero yo sabía lo que había que hacer. Y lo vi en los primeros días. Dije: ‘Un momento, esto es una comedia’. Y ellos me respondieron: ‘¿Qué? ¿Una comedia?’. Contesté: ‘Sí, es una comedia. ¿Cómo es posible que algo en lo que sobrevives cultivando verduras de tu propio excremento no sea divertido?’. Pues pasa lo mismo aquí”.

Con esto no creo que quiera decir necesariamente que también será una comedia, sino que, una vez más, Ridley Scott sabe lo que hace. Hasta el día de hoy, Scott insiste en leer él mismo los guiones en lugar de confiar en los comentarios de los lectores. Cuando describe la experiencia de la lectura del guion de The Dog Stars, su entusiasmo es tangible.

“Sé en manos de quién estoy en unas tres páginas. En realidad, lo sé en media página. Y entonces pienso: ‘Interesante’, y me adentro. En la página 10, digo: ‘Por favor, que no lo arruines’. En la página 20, empiezo a sudar, repitiendo: ‘Por favor, por favor, no lo arruines’. En la página 50, me pongo absolutamente ansioso porque es muy bueno. Así de bueno es”.

Quizá la gente busque grandes arcos en la carrera de Ridley Scott, pero, como es característico en él, no está dispuesto a unirse a ellos.

“El orden de las cosas es aleatorio”, explica. “No hay orden. El plan es: no hay plan. Porque me aburro haciendo esto. Otros se quedan con su estilo de trabajo. Yo tiendo a no querer repetirme. Pero aún no he hecho [algo de] patinaje sobre hielo, ni un musical, ni un western. Todos son inminentes”. (Posteriormente aclara que, de hecho, ninguna película de patinaje sobre hielo es inminente).

Mientras tanto, se prepara una campaña. Scott nunca ha ganado un Oscar –fue nominado a mejor director por Black Hawk Down **(La caída del Halcón Negro), además de por Thelma y Louise y Gladiador y se están llevando a cabo los movimientos habituales para llamar de nuevo la atención de los votantes de la Academia sobre Scott.

“Mira, soy respetuoso con ese tipo de cosas, pero nunca pienso en ello, sinceramente”, me dice.
“Lo perdí varias veces, y no me decepcioné. De hecho, esa noche sientes un gran alivio por no tener que dar un discurso”.

Inevitablemente, la gente que te rodea pensará en ello por ti. ¿Te parece bien?

“Sí, por supuesto. Y gracias a ellos. Pero no, de verdad que nunca pienso en ello”.

¿Porque la verdadera recompensa es cuál?

“Poder seguir adelante. Mientras pueda seguir realizando proyectos, no habrá ningún problema”.

Ése es el único plan de Ridley Scott que existe: Seguir adelante. En cuanto a la alternativa…

“No lo menciones”, me indica. “No lo menciones. Ni siquiera pienso en ello. No lo permito. Estoy en negación. Quiero decir, carajo, todavía lo sigo haciendo, ya sabes”.

Chris Heath es corresponsal de GQ.

Artículo publicado originalmente en GQ Estados Unidos.