Leyendas del diseño

Yohji Yamamoto, el maestro japonés de la moda

Sus camaradas se fueron hace tiempo. Su oficio es un arte en desaparición. Pero Yohji Yamamoto —el maestro sastre de la alta moda— sigue haciendo su ropa por los siglos de los siglos.
Yohji Yamamoto usa sombrero negro
Yohji Yamamoto —el maestro sastre de la alta moda— sigue haciendo su ropa por los siglos de los siglos.Gareth McConnell

El centro de operaciones de Yohji Yamamoto en París se ubica en un imponente edificio de piedra de seis pisos en una estrecha calle del animado extremo este de Le Marais. Las ventanas tienen vidrios esmerilados y no hay ningún cartel en el exterior. Pero una vez que abres la enorme puerta y entras, se siente la inigualable presencia de Yohji, incluso en el lobby, muy poco decorado y casi enteramente hecho de concreto. Es como si hubieras entrado en un salón parisino de los años 20, o en una sala de boliche estadounidense de los 80: de pronto estás envuelto en un velo de humo de cigarrillo. Esto, pensé, debía indicar que él estaba ahí.

Y de hecho, así era. En una esquina, en el fondo del extenso showroom de la planta baja, el padrino de la moda avant-garde se encontraba sentado en una pequeña mesa redonda con algunos de sus socios de Tokio, fumando tranquilamente un cigarrillo. Colgadores llenos de ropa, la mayoría en el negro que lo distingue, colmaban el espacio, junto a las mesas rebosantes de compradores y agentes de ventas. Dos días atrás, esta sala había sido convertida en una pasarela, donde Yamamoto presentaba su más reciente colección: la línea para hombres otoño-invierno de 2023. Como de costumbre, el desfile estaba a reventar. Él es uno de los pocos diseñadores que convoca no únicamente a los expertos de la industria y a las celebridades, sino también a hordas enteras de fans devotos vestidos completamente de negro. Son la bandada de cuervos de Yamamoto, o karasu-zoku (tribu de cuervos), el término japonés que se les asignó en los años 80, cuando su fama e influencia alcanzaron la cima por primera vez.

Yohji Yamamoto, quien hoy tiene 79 años, siempre ha sido rebelde, irreverente y nada convencional hasta los tuétanos, pero sigue encarnando la fuerza creativa detrás de una significativa marca de moda global, y superados el show y el after party de la Semana de la Moda en París, el negocio llamaba. El showroom estaba tan a tope como hubiera podido estarlo en las décadas de los 80 o los 90. Sentado de cara al movido salón, el diseñador parecía el conductor de una orquesta, con el cigarrillo como batuta. Después de saludarnos y romper el hielo, nos movimos hacia el elevador. Los ascensores en Francia son pequeños y se dañan con frecuencia. Cuando me menciona que este no siempre llega hasta el último piso, que es nuestro destino, secretamente comienzo a desear que se dañe temporalmente y nos deje encerrados a los dos solos para poder hablar durante horas sin que nadie nos interrumpa en medio de ese ambiente cargado de presión. Yamamoto nunca ha sido un hombre particularmente reservado a la hora de compartir detalles sobre su vida. Ha escrito dos memorias, fue objeto de un documental de Wim Wenders y contó su historia de vida en una serie de columnas en la revista japonesa Nikkei Asia, que se publicó en inglés el año pasado. Pero, hasta donde yo sé, no se ha quedado atrapado con un periodista en un diminuto ascensor.

“Me enorgullece un poquito el hecho de tener suficiente poder como para aprovechar la inspiración que llueve del cielo. Yo puedo atajarla. Ese es mi poder”.Gareth McConnell

El elevador resultó ser muy terco y nos llevó con éxito hasta la cima del edificio, donde el artista tiene su oficina; lo que me dio un momento para apreciar su impecable atuendo. Después de todo, él es tan famoso por su estilo personal como por la ropa que hace. Lo primero que noto es el sombrero. Su omnipresente fedora es, quizás aún más que su cigarrillo, una parte esencial de su imagen, como las pañoletas de Keith Richards o las gafas de David Hockney. En cuanto a su ropa, aquella era una mañana helada en París, y Yohji Yamamoto estaba gloriosamente envuelto en capas de todo tipo de gabardinas —tanto en su característico negro tinta como, sorprendentemente, en azul marino— además de paño y sarga. Todo ensamblado con la misma confianza de fondo que pone en todas y cada una de sus pasiones: como cuando ejerce de cinturón negro de karate, músico de rock, jugador de billar y, por supuesto, de uno de los más grandes profetas del mundo de la moda.

Pero, sobre todo, Yamamoto es un sastre; sin duda, uno de los más grandes que jamás hayan existido. Es el Nobel no oficial del delicado arte de cortar la tela. Japón le dio una medalla de honor. El presidente de Francia lo nombró Oficial de la Orden Nacional del Mérito. Su trabajo fue objeto de una exposición retrospectiva en el Museo Victoria & Albert de Londres. Y sigue trabajando en su estudio, cortando y plegando telas para su próxima colección. Con la reciente partida de dos de sus grandes camaradas japoneses, Kenzo Takada e Issey Miyake, Yohji debe estar entre los últimos de su especie, y confiesa sentir cierto aislamiento y el peso de la historia cayendo sobre su espalda.

“Es difícil exagerar sobre la influencia que han tenido Yamamoto en específico y el avant-garde japonés en general en la moda, tal y como la conocemos hoy”, me dice el diseñador de Acronym, Errolson Hugh. “Es como tratar de imaginar el futbol sin Brasil o las artes marciales mixtas sin el jiu jitsu. No es posible. La influencia es ineludible, incluso si no eres consciente de ella. Yohji ha influenciado directamente la manera en la que entendemos el volumen, la sastrería, el color nego, el tiempo, el movimiento. Es difícil de abarcar todo lo que ha tocado”.

Durante décadas, la influencia de Yohji Yamamoto en la moda se ha mantenido estable, pero recientemente ha ganado otro tipo de resonancia. En una era de hipervelocidad, tendencias cambiantes y un mercado llevado por las celebridades —donde las nuevas ideas deben ser lucidas por las superestrellas y los influencers, y tienen que resultar potables para las masas— nunca había sido tan grande la necesidad de un estilo duradero y sustancial en la moda. Así que existe un cierto consenso en que podría ser él quien tenga esa gran responsabilidad: la de rescatar a la moda de sí misma. En 2009, y con la ayuda de un inversionista, su negocio logró evadir la bancarrota y ahora está completamente recuperado. Con nuevas boutiques abriendo en Londres, Tokio y próximamente en Nueva York —la primera en esta ciudad tras el abrupto cierre de las últimas dos que tuvo, en 2010, por problemas financieros— su tribu de cuervos está de vuelta. Tal vez la responsabilidad que pesa sobre Yamamoto tenga ahora tanta relación con el futuro como con el pasado.

Yamamoto x Yamamoto

Puede que Yohji sea uno de los diseñadores vivos más famosos, pero eso no es algo que le importe mucho. Vive y actúa de manera modesta. Si se pone a pensar en su éxito, parece desorientarse. “Mi filosofía de la ropa nunca ha cambiado”, me confiesa, hablando en cláusulas poéticas, con una cadencia suave y una gran maestría del silencio, que usa con frecuencia para aportar un efecto dramático. Tiene el semblante profundo y deliberado —junto con el eterno cigarrillo humeante— de un poeta Beat, y la solemnidad arrugada y sabia de una vieja estrella de rock.

Yamamoto con Christy Turlington, 1990.Patrick Demarchelier

Estamos sentados en una sala con techo bajo, gruesas vigas de madera y piso de amplias planchas. Es su oficina, pero se siente más como un apartamento. La mesa frente a nosotros está invadida con distintos pasteles franceses. Nos acompañaba su asesora ejecutiva, Caroline Fabre, quien trabajó durante casi 20 años como la mano derecha de Azzedine Alaïa, el coutourier tunisino, antes de unirse al equipo de Yamamoto el año pasado, cuando celebraba medio siglo en el negocio. Todavía lanza nuevas colecciones cuatro veces al año, sobre todo en París —dos días después de nuestro encuentro, volvería a Tokio para terminar su propuesta para mujeres, que estaría mostrando en la capital francesa un mes después. Es una agenda exigente para cualquiera, especialmente para quien ha dejado atrás, de largo, la edad oficial de retiro. Pero no es la fatiga lo que le cansa, sino la imposición de fechas de entrega. “El arte no tiene fechas de entrega”, sentencia. “Está listo cuando está listo”.

Es difícil de identificar una característica que defina el trabajo de Yohji —ha estado en esto durante tanto tiempo y ha hecho tanto, de todo, como me explicó Kyle Julian Skye, archivista y agente de moda vintage y cofundador de Middelman Store en Los Ángeles. Skye, quien es el agente de moda avant-garde de segunda mano al que recurre gente como Playboi Carti, Lil Yachty y Travis Barker, afirma que desde la perspectiva de los jóvenes diseñadores de ahora, Yamamoto es una constante fuente de inspiración. Puedes verlo en la elegancia sin presunciones de The Row, el utilitarismo militante de Alyx o en las prendas tejidas gráficas de Marni. Probablemente, no habría Rick Owens sin Yohji. “De lo que sea que te imagines, es probable que Yohji tenga una interpretación y quizás es una magnífica interpretación”.

Por otro lado, el boom actual de la moda de archivo, liderado por expertos como Skye, ha llevado a redescubrir y recircular el enorme catálogo de Yohji Yamamoto. “Es muy cliché decir que es eterno, pero yo creo que en realidad lo es. Es algo que existe en su propia dimensión”, dice Kyle Julian. Se dio cuenta de lo popular que era Yohji entre los estilistas y celebridades que buscan exclusividad —aparentemente, Drake compra todas las camisas de seda vintage de Yamamoto que Middleman tiene en existencia. En el volátil mundo de la compra-venta de moda de archivo, el artista japonés es una de las inversiones más seguras que puedes hacer, según Skye, “porque tiene un consumidor dedicado y sus diseños han resistido muy bien. La silueta de Yohji sigue luciendo increíblemente moderna”.

Tal vez por eso la vemos aparecer, una y otra vez, año tras año, en las pasarelas y en las tiendas, aunque no lleve el nombre de Yamamoto. Es el peligro de ser un diseñador con ideas originales. Le pregunto a Yohji si alguna vez le ha molestado esto. “No me importa”, confiesa suavemente. “Está bien. Cópienme. Una copia siempre es una copia. Yo nunca copio nada”. Lo plantea en unos términos ligeramente diferentes en el documental de Wim Wenders de 1989, Notebook on Cities and Clothes, cuando el director le pregunta: “Entonces, ¿no te da miedo que alguien se robe tu lenguaje?”, y Yohji responde: “Nadie puede hacer eso”.

El ascenso de Yohji

Lo que no se puede robar o copiar es su historia personal, el viaje que ha hecho desde el distrito rojo de Tokio, donde su madre abrió una tienda de modistería después de que mataran a su padre en la Segunda Guerra Mundial. Y de ahí hasta Le Marais. Vestir a las mujeres, protegerlas con ropa, es lo que le ha motivado desde siempre. “Mi vida ha sido pensar en las mujeres”, le dijo a la crítica de moda Suzy Menkes en el año 2000. “Primero, mi madre; al final, mi hija. Y en el medio, están todas las que me son secretas”. Sus ambiciones y concepciones sobre sí mismo han sido modestas. Pero sus ideas vienen de un lugar extremo, entre la vida y la muerte. “Nací en un momento terrible en Japón”, escribió en el catálogo de su retrospectiva en el Museo Victoria & Albert. “No había comida para alimentar a los bebés, así que mi generación es de gente muy pequeña. Naturalmente mi talla es algo que me da rabia, así que diseño ropa en tallas grandes”, sentencia. La historia de sus orígenes deja claro que lo que ha resonado en las mentes de tanta gente alrededor del mundo, durante tanto tiempo, acerca del trabajo de Yamamoto, va más allá de esa inexplicable habilidad que ha tenido siempre para permanecer en el espíritu de la época. Su verdadero atractivo está en la cruda realidad de lo que realmente está en juego.

Más adelante, le pregunto qué piensa que es lo que le gusta a la gente de su trabajo. Hace una larga pausa. Finalmente, responde. “¡Ya entiendo! Hay tantas maneras de que te guste algo”, sin responderme a mí, sino a lo que ha entendido sobre lo que le pregunté.

La primera colección de Yamamoto que se mostró en París, Yohji Yamamoto Pour Homme, otoño-invierno, 1984–1985; Yohji Yamamoto Pour Homme, otoño-invierno, 2023–2024 Cortesía Yohji Yamamoto; Victor Virgile/Gamma-Rapho/Getty 

De hecho, hay muchas maneras en las que te puede gustar Yohji Yamamoto. Pero en sus comienzos, los conocedores de la moda tenían, sobre todo, dudas acerca de él. En 1981, cuando llevó por primera vez una colección suya a París —que fue presentada en una pasarela compartida con la primera colección de Comme des Garçons en la capital francesa, diseñada por Rei Kawakubo, entonces amante de Yamamoto— un maleducado crítico le dio el mote de “Hiroshima chic”. La prensa francesa de la moda los llamaba “les Japonais”, refiriéndose a ellos no como diseñadores individuales, sino como los nuevos miembros de un consorcio japonés que incluía a Kenzo Takada e Issey Miyake. “No me siento muy feliz de ser clasificada como otra diseñadora japonesa”, le dijo Kawakubo a Women’s Wear Daily, en 1983. “No hay una característica común que tengamos todos los diseñadores que provenimos de Japón”, afirma. Yohji ni siquiera había pensado en sí mismo como japonés hasta entonces. “No sabía que era japonés porque había nacido en la ruina bombardeada por Estados Unidos”, me dice. “No me sentía japonés. Yo soy un chico de Tokio”.

Yamamoto y Kawakubo representaban un reto para el glamour sexualizado que imperaba en la escena de la moda europea en aquel momento. Era el inicio del nuevo avant-garde. Las prendas eran negras, los zapatos chatos, las formas amorfas y los bordes iban sin rematar. En el caso de Yohji, las telas eran lavadas en ríos y secadas al aire, expuestas a los elementos. “Es interesante ver la textura en el producto final”, ha dicho de este proceso. “Es como si el alma del creador fuera parte del material”. Sus cortes fueron diseñados para ocultar la forma física, no para destacarla. Él pensaba que la ropa ajustada que se apretaba al cuerpo de una mujer, a la manera en la que lo hacía entonces la moda europea, estaba hecha para los hombres. “Yo no quería partir de la idea tradicional de seguir la línea del cuerpo, que es algo que detesto. Así que partí de la idea de permitir a las mujeres vestir ropa de hombres”, destaca.

El fotógrafo británico Nick Knight recuerda lo que más le impactó de Yamamoto cuando lo conoció en 1986. “Sentí que era muy revolucionario, porque sus prendas hablaban de las emociones, el intelecto, las ideas de las mujeres y no de sus hombros, su busto, sus caderas, su trasero o sus piernas”, dice. “La ropa de Yohji es profundamente poética y, además, fue la primera en expresar que la belleza y la fuerza de una mujer están en su mente y no en su sexualidad. Eso era algo nuevo y, para mí, extremadamente refrescante”.

Yamamoto desarrolló esa sensibilidad trabajando en la tienda de su madre, que ella abrió cuando él era un niño, después de la muerte de su padre. Su vecindario estaba cundido de gángsters y prostitutas, y él veía violencia a su alrededor a diario. En una ocasión, según cuenta en su columna en Nikkei Asia, el chofer de un jefe yakuza lo golpeó en el rostro por haberle dado accidentalmente al auto con una pelota mientras jugaba en el callejón. Empezó a estudiar judo. Se dio cuenta de que era más diestro y atlético que la mayoría de los otros chicos, así que siguió fortaleciendo sus habilidades para la lucha. Un buen día era cinturón negro en karate. También exhibió mucho potencial artístico durante sus años de escuela primaria, donde su talento para la pintura fue halagado y se ganó un premio en una exhibición por un par de calzones de algodón que hizo en su clase de economía del hogar. “Supongo que tengo una habilidad natural para cortar y coser”, ha dicho.

A pesar de su ojo para el estilo, su madre esperaba que tuviera éxito en el mundo de los negocios. En 1962, entró en la Universidad de Keio a estudiar leyes, esperando convertirse en procurador. Pero pasó la mayor parte del tiempo conduciendo el Austin inglés que le compró a un amigo y tocando guitarra en su banda de rock, 4 Beat, que hacía covers de agrupaciones estadounidenses como The Ventures y Peter, Paul and Mary, tocando en clubs en Roppongi y en la base militar de Asaka. A punto de graduarse en Keio, necesitaba buscar trabajo, pero se sentía estancado. “No lograba animarme a participar en la sociedad”, ha contado. Así que decidió viajar. Primero, tomó un bote hasta la Unión Soviética. Después, se fue al norte de Europa, a través de Holanda y Alemania; y, finalmente, hasta Francia. Al visitar París por primera vez, sintió que había llegado adonde en realidad pertenecía.

De regreso en casa, Yohji le dijo a su madre que había cambiado de planes: Quería tomar un trabajo en su tienda. Ella estaba tan furiosa que no le habló durante semanas, pero al final aceptó los deseos de su único hijo, con una condición. “Si de verdad quieres ayudar en la tienda”, le dijo, “tienes que ir a la escuela de modistería y al menos aprender cómo cortar tela, para que las costureras no se burlen de ti”.

Yohji Yamamoto sentado junto a varios modelos en un show de moda en París, 1986. Jean-Luce Huré/Bridgeman images 

Fue justo durante esa época, su veintena, trabajando en la tienda de su mamá, cuando desarrolló su afinidad por el color negro. “Solía caminar por las calles de Tokio —Shibuya o Shinjuku— y veía muchos colores. La gente vestía ropa muy colorida. Era un poco aturdidor”, relata. Más tarde, descubrió que fuera de Japón el negro tenía su propia e inquietante connotación: la muerte (en Japón es el blanco el tono que simboliza tradicionalmente el duelo). Desde entonces, se convirtió en su color. “El negro es realmente retador”, dice. “Necesitas una técnica perfecta para el corte y el volumen”.

En 1966, se inscribió en el Bunka Fashion College de Tokio, donde muchas viudas de la guerra, entre ellas su madre, se habían matriculado para aprender las habilidades de la modistería; un trabajo que podían hacer mientras estaban en casa cuidando a sus hijos. Yamamoto fue un estudiante modelo y ganó un par de premios, así como un viaje a París, donde intentó hacer que la prensa notara sus diseños (y falló). De regreso en Tokio, la boutique de su madre se mantenía en pie con él trabajando como couturier —tomando encargos, dibujando diseños, tomando medidas y cosiendo prendas a mano—. Muchas de sus clientas, según ha contado, eran anfitrionas de los bares cercanos, prostitutas y concubinas, que querían que su ropa fuera femenina y sexy. “Hacía ropa para que las mujeres fueran mimadas y favorecidas por los hombres”, confiesa. “No podía hacer que me gustara una ropa que exhibía el cuerpo de las mujeres para que ellas coquetearan con los hombres. Yo crecí viendo a mi madre mientras trabajaba, así que tenía muchos recelos sobre esa mirada tan enfocada en los hombres de la sociedad japonesa. Me parecía absurda”.

Después de dos años trabajando en el taller de su mamá, en 1972 y a la edad de 29 años, Yamamoto lanzó su propia línea de ropa ready-to-wear para el género femenino, Y’s, con una idea radical de fondo: “Quiero que las mujeres vistan más ropa masculina. Hagamos ropa digna, que las mujeres quieran comprar para ellas mismas con su propio dinero”. Esa noción resultó ser arriesgada, pero al mismo tiempo, con Comme des Garçons, de Rei Kawakubo, ganando seguidores, empezó a surgir una demanda por lo que él ha llamado sus “prendas sin color, arrugadas y enormes”. Él y Kawakubo estaban abriendo boutiques por todo Japón, dándose ánimo mutuamente mientras iban ganando espacio en las tiendas por departamento con sus atuendos avant-garde. “La sensibilidad de Kawakubo era similar a la mía en términos de uso del color y materiales”, ha dicho Yohji. “O más bien, creo que la de ella puede haber sido incluso más clara y más fuerte que la mía… Desde entonces, nos hicimos espíritus afines en una rivalidad amistosa, compartiendo valores en el oficio de hacer ropa y como diseñadores de moda”.

Cuando Yamamoto llegó a París para mostrar su colección por primera vez, ya llevaba casi una década diseñando ready-to-wear. Era un maestro sastre con una visión muy clara. Esa visión había sido vista con malos ojos por los críticos durante un periodo, pero para entonces ya no podían detenerlo. “Me criticaron muy duro”, me contó. “Así que me hice fuerte”. Al año siguiente, mostró su colección en Nueva York. Todavía relativamente desconocido, pero con algo del ruido de su debut en París, atrajo a una gran audiencia.  El reportero de estilo de The New York Times de la época, John Duka, llamó al show “una especie de revelación”.

Para 1979, Yohji Yamamoto ya había tenido suficiente éxito vendiendo ropa para mujeres como para comenzar a contemplar un nuevo desafío: prendas para hombres. “Puede que suene como un chiste”, sentencia. “La gente me decía que los chicos le tenían miedo a las mujeres que llevaban mis prendas. Les resultaba un poco intimidante, todo negro. Así que decidí crear una línea para ellos. Los chicos que usaran mi ropa para hombres podrían sentirse grandes, fuertes y, entonces, acercarse a las chicas que usaban mi ropa”.

Desde el lanzamiento de Y’s, Yamamoto ha seguido diseñando prolíficamente para varias otras submarcas, creando Yohji Yamamoto para mujeres y Yohji Yamamoto pour Homme como sus etiquetas insignia. En 2002, lanzó su explosiva colaboración con adidas, Y-3, para la que tomó inspiración de los hombres de negocios de Nueva York, a los que veía caminando muy rápido hacia sus oficinas, donde se cambiarían sus sneakers por un par de zapatos formales. “Sentí que quería ser parte de esa vida en calzado deportivo”, me dice. Con la alianza con adidas, que creció para incluir zapatos de performance y prendas deportivas, Yohji avistó la llegada de una nueva categoría de ropa, conocida como “athleisure”; así como la que sería la estrategia de todas las colaboraciones entre firmas que existen en cada rincón del mundo de la moda hoy en día. Pero todo esto no fue más que producto de la fuerza del destino, particularmente el hecho de que sucediera con adidas.

La primera colección para mujeres de Yamamoto que se exhibió en París, Yohji Yamamoto, otoño-invierno 1981–1982.Cortesía Yohji Yamamoto

“Cuando pensé que quería hacer sneakers, primero llamé a Nike”, me confiesa. “¿Creen que su compañía podría trabajar conmigo? La respuesta fue muy directa y muy educada: ‘No, gracias, señor Yamamoto, únicamente hacemos sneakers para deporte’. Fue una respuesta muy hermosa. Así que fui con adidas”. Aquí se carcajea, reconociendo su atrevimiento con lo que entonces lucía como una idea radical. “Los llamé y de pronto ellos dijeron: ‘¡Sí! Nos interesa trabajar con usted’”. La colección Y-3 celebró su 20 aniversario el año pasado.

Esta colección precipitaría no únicamente un mercado entero para ese encuentro entre la moda y la ropa deportiva, sino todo un programa de colaboraciones dentro del imperio de Yamamoto, que incluye bolsas para Hermès, gorras para New Era y colecciones con Supreme. Y aunque sus diseños han alcanzado a una audiencia mucho más amplia, él dice que no cree que tenga un cliente real. En lugar de eso, simplemente siente que existe una conexión entre su ropa y la gente que casualmente la compra “por suerte o por incomprensión”.

Yamamoto quiere que pensemos que su éxito y el poder de su trabajo se deben exclusivamente a la buena suerte. “Solo he tenido suerte. Es así como me sucedió. Mi espíritu no ha cambiado desde el comienzo hasta ahora. Ha sido suerte. La suerte fue la que me hizo así”. Pero la suerte tiene sus límites. En las manos equivocadas, es un desperdicio; requiere paciencia, entendimiento y mucha agudeza mental para convertirse en algo tangible. Y, en todo caso, la suerte es tuya.

Le pregunto qué es lo que le ha hecho sentirse, durante el curso de toda su carrera, más orgulloso. Hace otra larga pausa. Tan larga, que es una tortura. Tan larga que, por un momento, temo haberlo ofendido o aburrido tan profundamente que ha decidido dejar la entrevista hasta aquí. Pero, finalmente, dice: “Me enorgullece un poquito el hecho de tener suficiente poder como para aprovechar la inspiración que llueve del cielo. Yo puedo atajarla. Ese es mi poder. Tantas ideas, tanta inspiración cayendo todo el tiempo frente a los jóvenes diseñadores. ¡Pero no la atajan! No miran a su alrededor. Me provoca gritarles: ‘¡Miren hacia arriba!’”.

Cuando no está atendiendo su negocio en París, Yamamoto vive en Tokio. Todas las mañanas, se levanta y saca a su perro —un Akita llamado Rin-Chan— a dar una larga caminata. Luego, los dos se montan en el auto y se van a la oficina. Es allí, tras el volante de su Mercedes, donde normalmente olvida que es un diseñador y su poder especial se activa. “Es muy divertido”, me comparte. “¡No te rías! Cuando manejo es cuando me llueven las ideas. No sé por qué. Me estoy moviendo muy rápido y de repente las ideas empiezan a caer en mi cabeza”.

Legado

Solo he tenido suerte. Es así como me sucedió. Mi espíritu no ha cambiado desde el comienzo hasta ahora. Ha sido suerte. La suerte fue la que me hizo así”.Gareth McConnell

La obra de Yamamoto es el resultado de una tragedia fundacional: la muerte de su padre, que llevó a su madre a hacerse modista. No tiene recuerdos de aquel hombre, a quien enviaron a la guerra cuando Yohji era apenas un bebé. Pero su presencia persiste en él. “Cuando pienso en mi padre, me doy cuenta de que la guerra todavía ruge dentro de mí”, dice en Notebook on Cities and Clothes. Pero Yamamoto me habla también de cómo siente la mano de su papá empujándolo, literalmente, en los momentos en los que más lo necesita. “Así que no es mi culpa”, dice, hablando de su talento. “Esto es culpa de él”.

Todo el que haya perdido a uno de sus padres a una edad temprana sabe que esa muerte se queda contigo durante todo el tiempo. Tal vez por eso la muerte sea un tema recurrente en la vida y el trabajo de Yohji Yamamoto, especialmente ahora, que está a punto de cumplir 80 años. En la primera entrega de su columna en Nikkei Asia, arranca diciendo: “Esta vida amarga... Quiero que se termine lo antes posible”. Su preparación para la muerte se abre paso también en nuestra conversación. En cierto punto me mira, con un raro brillo en los ojos, y me dice: “Quiero saltar de un edificio alto”. Luego se ríe y hace un gesto señalando a Fabre, su asesora ejecutiva. “Ella dice que no”, sentencia. “Que dentro de diez años”.

Pero hay mucho más que una curiosidad mórbida en el núcleo de esa fijación con su mortalidad. “La hermosa paleta de negro y azul de Yohji tiene que ver con una melancolía romántica”, me dice Knight. “Creo que lo que él está diciendo es que, para poder apreciar la alegría y la felicidad, tienes que conocer la soledad y la tristeza, de manera similar a como nos sentimos mucho más vivos porque sabemos que la muerte siempre está cerca y al final es inevitable”.

“Necesito competencia”, me confiesa Yamamoto. “Y cada año los voy perdiendo. Están desapareciendo, por la edad”. Los diseñadores a los que él ha admirado más durante toda su carrera —también maestros del oficio como Yves Saint Laurent, Azzedine Alaïa y Alexander McQueen— se fueron hace tiempo. Y con los últimos años, ese sentimiento de aislamiento se ha hecho aún más fuerte. “Desde que perdí al señor Kenzo, al señor Issey, me siento muy solo”, reconoce. “No te puedes imaginar esta sensación de soledad. Me siento aislado”.

Pero su soledad no lo ha hecho más lento. Yohji Yamamoto sigue metido de lleno en cada aspecto del desarrollo de sus colecciones, desde los diseños hasta las telas y los retoques finales. Toda su vida ha sido un luchador y sigue tan firme como siempre en su empeño por construir un mundo en cuya creación lleva 50 años trabajando. “Las cosas hermosas desaparecen todos los días”, dijo alguna vez. Si eso es cierto, todos compartimos la responsabilidad de salvar toda la belleza que nos sea posible. Yamamoto está haciendo su parte. “La verdadera moda está desapareciendo. Pero mientras yo esté vivo, detendré esa desaparición”.