¿Dónde está Stephen Curry? La calma que se apodera de las calles de San Francisco en torno al Chase Center en las noches que no hay baloncesto es embriagadora. Hasta que entras. Entonces, esa misma calma da paso a una sensación inquietante —el espacio es cavernoso y laberíntico, con corredores que desembocan en otros corredores. La luz de un rincón parpadea en una sucesión de guiños. Siguiendo los sonidos, llego a una especie de gimnasio subterráneo improvisado. Se elevan las risas de un grupo de entrenadores, dispuestos en círculo alrededor de Stephen Curry, que viste como si acabara de hacer ejercicio. A sus pies descansan unas mancuernas de más de 12 kilos con el logo de los Golden State. Una toalla de los Warriors reposa sobre su cabeza. “Certified Lover Boy”, de Drake, retumba entre las paredes.
Es aquí, en el corazón del estadio de los Warriors, donde Curry se ha reconstruido cuidadosamente a sí mismo y a su equipo. Observarlo en su guarida secreta, justo antes de nuestra entrevista, es como ver la historia germinal de un superhéroe. No obstante, se trata de una secuela, la historia de su resurrección. Ahora es un mejor jugador que antes, su mitología más grandiosa. De repente, la canción cambia. Cuando empieza “You Only Live Twice”, Stephen muestra una energía renovada y sonríe bajo la sombra de la toalla, gesticulando con sus manos, moviendo la cabeza al ritmo de la música. El tema sirve como perfecto himno para un deportista que atraviesa una segunda vida en la NBA, que hace que lo imposible parezca fácil de una forma insólita.
La primera era de la dinastía moderna de los Warriors fue increíble: tres campeonatos y cinco finales. La racha de las 73 victorias. Curry rompió el récord de los tres puntos en una sola temporada, y luego lo hizo otra vez (y otra). Después, las cosas empezaron a tambalearse. Hay una imagen imborrable de las finales de la NBA de 2019. Los Warriors van por debajo de los Raptors en el campeonato, 3-2. Pero en el partido, los superan por tres. Kevin Durant abandonó con una lesión en el encuentro anterior y además pasó lo de Klay Thompson, a quien, casi incapaz de andar, tuvieron que sacar de la pista con lo que más tarde se diagnóstico como una fractura del ligamento cruzado anterior. En una repetición se vio a Curry golpeando el balón con frustración, una inusual grieta en su placidez habitual. Parecía que se había dado cuenta de todo. Él era la única estrella que quedaba, luchando contra el agotamiento inevitable de su equipo. Y así fue. Los Warriors perdieron la final.
Durant se marchó con los Brooklyn cuando acabó la temporada. La pandemia mandó el campeonato al carajo. Thompson se rompió el talón de Aquiles antes siquiera de recuperarse del ligamento cruzado anterior. Curry se lesionó la mano. Algunos dijeron que había sido una buena época. Nos dieron un lustro de grandeza. Ninguna dinastía dura para siempre.
A pesar de todo, algo interesante se está gestando en San Francisco de nuevo. La noche anterior, hubo aquí un partido de NBA. Los Raptors llegaron a la ciudad y se fueron con su decimoquinta derrota de los últimos 17 encuentros que han jugado en casa de los Golden State. Stephen no hizo el tipo de juego al que ha acostumbrado a los espectadores esta temporada —marcó solo 12 puntos en 10 tiros de 2— pero aun así ganaron los Warriors, relativamente cómodos. Esto ya es una mejora respecto al último año, cuando parecía que para que los Golden State fueran competitivos, Curry tenía que mantener un nivel casi insostenible. Casi porque durante aquella racha, de una forma u otra, consiguió mantenerlo. Fueron actos heroicos a la vez milagrosos y un tanto preocupantes. Como una última floritura antes de que la llama se apagara completamente. Stephen arrastraba lo que algunos consideraban un equipo en decadencia, sin preocuparse por la carga que parecía llevar sobre sus hombros.
Pero esta es una nueva era para los Warriors. Por ahora, Curry y los suyos tienen el mejor récord de la NBA y han logrado que parezca fácil y divertido conseguirlo. Una energía juvenil se ha instalado entre sus estrellas más competentes. Jugadores jóvenes, como Jordan Poole, han dado el salto al vacío. Semiveteranos, como Andrew Wiggins, se han consolidado como opciones efectivas en dos posiciones. Draymond Green ha vuelto a su juego de Defensa del Año, más cerebral incluso que antes. El trabajo de Stephen Curry hasta aquí ha sido considerablemente más fácil.
En una sala VIP del estadio, el astro se acomoda en una silla. Ahora es más mayor, tiene 33 años, pero no parece cansado. Aún hay algo de ese aire infantil en él —habla de forma atenta y habitualmente una sonrisa se descuelga desde los bordes de su boca, como si le acabaran de contar un secreto. Ahora también está más fuerte que antes. Ya no es ese jugador joven de sus años de Davidson, o de su primera temporada de la NBA, cuando se colaba por el cuello de la camiseta. Los músculos de sus brazos marcan una clara silueta a través de su sudadera negra cuando se pone la mano en la cara para pensar una respuesta. Mantiene esta postura durante varios segundos después de que le pregunte sobre las dinastías, sobre el reto de reconstruir un equipo para esta nueva etapa. “Tuvimos buenos momentos, pero también tuvimos malos”, comienza. “Las lesiones nos dejaron en caída libre justo antes de la pandemia. Y es raro, porque si piensas en estos dos años, ha sido muy difícil, al menos para mí, ser paciente, estar confinado y a la vez motivado”.
Se toma una pausa breve, antes de lanzar una reflexión conclusiva: “Para nosotros, ese ha sido el bloqueo mental que teníamos que desactivar, estar ágiles, estar despiertos, disfrutar ese regreso de vuelta al top, y personalmente, ese es el mayor obstáculo que he tenido que sortear. Si juegas en este deporte durante el tiempo suficiente, experimentarás muchas cosas diferentes, muchas narrativas distintas, y tienes no que reinventar tu estilo, sino cómo te centras en el reto ante ti cada año. Creo que ese ha sido el verdadero golpe de estos dos últimos años”.
Derribar mitos
El lugar en el que el equipo se encuentra ahora le sienta a Curry a la perfección. Ver a su plantilla tirar la toalla para luego animarlos a volver dando guerra con una versión nueva y mejor de sí mismos. Todo encaja en la mitología de Stephen, la del eterno segundón. Ahora es mucho más difícil vender esa narrativa que cuando era un chico flacucho que lanzaba tiros en Davidson, un improbable candidato a la Elite Eight. Más difícil que cuando bregaba con sus lesiones de tobillo en sus inicios en la NBA. De hecho, esa idea del segundón hoy parece casi una invención, como cuando Michael Jordan se imaginaba desplantes y se sacaba enemigos de la nada. Curry sonríe cuando le pregunto por su cariño hacia esa etiqueta. “No sé cómo explicar de qué se trata”, reconoce. “Pero aún me identifico con ello al mil por ciento, porque sé muy bien lo que he pasado y lo que me ha costado llegar hasta aquí”.
En palabras de su entrenador actual, Steve Kerr, la evolución constante de Curry gira en torno a cómo ha cuidado y mejorado su cuerpo. Todavía está aumentando músculo —dicen que ganó más de dos kilos durante la pretemporada— y ha perfeccionado su fuerza, su velocidad, su agilidad. Esa preparación más muscular, comenta Kerr, ha avivado la habilidad de Stephen para ser peligroso desde todos los flancos. “Desde que llegué aquí hace siete años, se nota una gran diferencia”, me cuenta Steve por teléfono. “La forma en que ha transformado su cuerpo influye en cómo tira a la canasta, cómo entra en la zona pintada, cómo sortea las pantallas. Y eso también le ha ayudado en la defensa. Es un defensa excelente. El estigma de que es un defensa débil lo ha acompañado desde el principio de su trayectoria, y a los que piensan eso les diría que lo vieran noche tras noche”. Esto se puede comprobar estadísticamente. En el momento de escribir ese artículo, Curry está haciendo su mejor temporada como defensa, marcando su mayor eficiencia defensiva desde que entró en la NBA (97.8) y promediando un récord en su carrera de 5.6 rebotes por partido.
A pesar de ser una de las mayores estrellas del baloncesto, Stephen sigue siendo algo así como un outsider en la NBA actual, manteniéndose fuera de esa fraternidad de jugadores que se muestran con pública familiaridad más allá de la pista. Eso se debe en parte al estatus de segundón mencionado antes, que definió su juventud y su trayectoria universitaria. No jugó en los equipos de élite de la AAU (Amateur Athletic Union) ni hizo ese tipo de amistades y rivalidades que definen a algunos jugadores incluso antes de que entren en el campeonato. Pero eso no le ha evitado a Curry alumbrar ciertas narrativas con sus competidores, por supuesto. Su famosa disputa con LeBron es uno de los duelos deportivos de nuestra era, uno que añadió un capítulo más a finales de la temporada pasada, cuando James marcó tres puntos a través de los brazos estirados de Curry en los últimos minutos de un partido que envió a los Lakers a los playoffs.
Stephen considera a Chris Paul su mentor, pero es muy ambivalente a la hora de socializar con alguien que no sean sus compañeros, “mis chicos”, como los llama —jugadores junto a los que ha pasado la mayor parte de su carrera, construyendo el legado de una única franquicia. Lo que nos lleva a otro ejemplo de la singularidad de Curry en la NBA actual: el jugador que se queda en un equipo toda su carrera empieza a ser una reliquia, dado que muchos deportistas saltan de uno a otro en busca de nuevos triunfos, o simplemente se convierten en nómadas al final de sus carreras, jugando sus peores años en lugares poco familiares. Curry ha firmado cuatro años más con los Warriors, hasta los 38. Está muy inmerso en esta comunidad. “Cuando me reclutaron en los Golden State, mi abuela ni siquiera sabía en qué ciudad estaba”, recuerda riendo. “En la Costa Este piensan que California es únicamente Los Ángeles”.
If You're Going to San Francisco…
A su llegada, Curry se enamoró inmediatamente del equipo, de San Francisco, de sus fans. Contrario a la creencia de que todos los seguidores de los Golden State Warriors se han subido al carro para disfrutar esta nueva era del equipo, hay una legión sufridora y devota que luchó junto a ellos en sus años más austeros, que duraron hasta que Stephen apareció en la ciudad. El equipo construyó un núcleo consistente de jugadores a partir de la cantera, y a la vez creó una cultura que sirviera para ganar pero también para apasionarse. Aun así, ha habido algunos cambios. El más notable: el regreso del equipo de Oakland a San Francisco, lo que Curry admite que ha sido todo un reto. Amaba Oakland, reconoce. La identidad de la escuadra está anclada allí. “Es como si nos hubiéramos cambiado, pero dentro de la misma organización”, me cuenta. El equipo y él están intentando construir un nuevo legado, una especie de Warriors 2.0 en San Francisco. Una oportunidad para una segunda vida.
La ubicación del equipo en San Francisco le ha dado a Stephen la oportunidad de construir una vida fuera del baloncesto. Ha utilizado su compañía SC30 Inc. para invertir en startups tecnológicas, como la plataforma de viajes Snaptravel. Esta incursión en la tecnología, admite, la orquestó Andre Iguodala durante su primera etapa en los Warriors. “Cuando llegó de Denver, en 2013, traía una gran pasión y algunos contactos, y empezó a llamar la atención de todo el mundo”, afirma. “Nuestras conversaciones en el vestuario empezaron a cambiar drásticamente de discos de rap y coches a cosas como: ‘¿Has visto la IPO de esa empresa?’. Y luego obviamente está el conocimiento y la exposición de lo que tenemos en el jardín de atrás, Silicon Valley. Él fue el primero que de verdad me abrió los ojos sobre lo que se puede hacer en ese terreno”.
Ahora Curry tiene su propia compañía multimedia, Unanimous, que, entre otras cosas, produce el programa de minigolf Holey Moley. “Hay tantas oportunidades en Hollywood porque las puertas están abiertas”, asegura. “Hay mucha gente con talento que puede acceder a esos despachos, que merece estar ahí, quedarse ahí y tener carreras de éxito. Es difícil cuantificarlo, pero puedes plantearte preguntas importantes. ¿Estamos creando un verdadero impacto? ¿Cómo conecta esto con todo lo que hago?”.
Para conseguir un impacto más tangible e inmediato, Stephen lanzó en 2019, junto a su esposa Ayesha, una ONG llamada Eat. Learn. Play. que se centra en la nutrición, educación y actividad física infantil. En marzo de 2021, la organización repartió comidas entre 24,000 estudiantes y sus familias para compensar aquellas que no recibieron en el colegio debido a las restricciones por la pandemia. En otros confines del universo Curry, SC30 Inc. se ha encargado de organizar los programas de golf para hombres y mujeres de la Universidad Howard, y su marca Curry Brand ha destinado fondos al famoso Rucker Park de Harlem, que invierte en iniciativas para ayudar a jóvenes jugadores de baloncesto de la zona con clínicas y equipamiento.
Hay una razón que guía todo esto: una obsesión con animar a los segundones, a los infrarrepresentados o —una palabra que Curry usa a menudo— a los “infravalorados”.
Cuando hablamos, resulta evidente que esa idea es parte de su ADN. Su club de lectura, que lleva el nombre de Underrated, selecciona libros con protagonistas que superan batallas personales o de autores que cree que han pasado desapercibidos. Greyboy, de Cole Brown, sobre los peliagudos límites entre la raza y la clase, fue una de las elecciones del club; Brown también trabaja con Unanimous para llevar otros proyectos al cine. Stephen se ilumina cuando habla de la gira de Underrated, que viaja por el país ofreciendo apoyo a promesas del baloncesto de los colegios. Jugadores que podrían, por ejemplo, entrenar en un pabellón auxiliar durante los grandes torneos de la AAU. Jugadores que podrían tener uno o dos entrenadores sólo para ellos. “Cuando estaba en el segundo y tercer año del instituto, ni siquiera me habían invitado a mi propio campamento”, recuerda, negando con la cabeza.
Expuestos así los proyectos e inversiones de Curry, parecen uno de esos anuncios de zapatos deportivos con música climática. Más bonito que inspirador. Pero responden a una ambición que cobra sentido cuando se observa la estampa completa. No existe la garantía de que el próximo Stephen Curry vaya a salir de uno de esos campamentos, ni de que vaya a ser un chico al que se le ha dado una comida o una cancha en la que jugar. Son iniciativas que plantean lo que sucedería si estas oportunidades fueran una realidad, si más gente joven pudiera salir de su burbuja habitual y cobijarse en una más gratificante. Esa es otra muestra del estilo de Curry.
Cuando le pregunto sobre cómo han evolucionado a lo largo de las décadas las responsabilidades de las estrellas deportivas, menciona a su padre. “Fui un espectador de primera fila de mi papá durante 16 años”, me cuenta. Dell Curry vivió las etapas más importantes de su trayectoria en Charlotte y a finales de los 90 fundó una organización que construía centros de informática en barrios desfavorecidos. Stephen estaba siempre cerca de la cancha, pero también tuvo que implicarse en las tareas extradeportivas de su progenitor. “Mis hermanos y yo solíamos trabajar de voluntarios y pasamos mucho tiempo en esos centros”, explica. “Y fui testigo de lo que sucede cuando se motiva a una comunidad, cuando reciben financiación, cuando se habilitan espacios donde los chicos pueden juntarse, crecer y aprender. Lo vi de cerca. Vivirlo así, en persona, es la única manera de entenderlo. Estoy intentando construir y hacer más. No para parecer noble, sino porque respeto y valoro todo lo que ha ocurrido en la vida, lo que el baloncesto me ha dado a mí y a mi familia. Oportunidades que nunca pensé que tendría. Y no siempre ha sido perfecta la forma en la que he intentado arrancar las cosas. He vivido muchos cambios y muchas fases a la hora de responsabilizarme de lo que hago. Pero sé que merecerá la pena”.
Renacer
Los Golden State Warriors se encuentran actualmente en una fase única de transición: el equipo envejece y rejuvenece a la vez. Con Curry, Thompson, Iguodala y Green en la treintena, han completado la nueva generación de su plantilla con jugadores como Poole, James Wiseman, Jonathan Kuminga y Moses Moody. Ya no están en modo reconstrucción, y parece que sus mejores nombres aún tienen mucho que ofrecer; pero son conscientes de la importancia de la continuidad, de cómo seguir siendo competitivos cuando llegue el crepúsculo de los más fuertes. Con esto en mente, Kerr destaca el liderazgo de Stephen. “Nunca ha sido un tipo de enfadarse y gritar”, reconoce. “Prefiere llevar a los chicos a un lado y aconsejarlos de forma tranquila. Pero ahora es mucho más dado a hablar delante del equipo que hace cinco años. Es uno de los mayores y sabe la responsabilidad que eso conlleva”.
Curry es algo así como un maestro del trabajo en equipo y se ha convertido en ello sin una hoja de ruta. Cuando llegó a los Golden State, había veteranos, pero no una cultura del triunfo. Así que él, Green y Thompson tuvieron que ir descubriendo sus propios estilos de liderazgo, pero también cómo pasar el testigo de lo aprendido cuando llegara el momento. Y ese momento es ahora. El equipo lucha por un nuevo título mientras sus mejores jugadores agotan su plenitud y a la vez preparan a sus compañeros jóvenes y talentosos. Es un equilibrio complicado, que sería más fácil si las piezas centrales de los Golden State ya estuvieran en el ocaso de sus carreras, haciendo giras de despedida.
Stephen sueña con un futuro dentro de unos cinco años donde Jordan Poole sea un all-star, Kuminga un defensa estrella y Wiseman un candidato a la MVP. Él y Green se sentirán satisfechos entonces, asegura.
Y luego está lo de ganar partidos, crear un legado, conquistar a los escépticos, reales e inventados. Todavía hay quien insiste en que Curry ha arruinado el baloncesto —que inspiró una peligrosa tendencia de tiros de tres puntos que debería haberse limitado a un talento generacional. Pero estos lamentos son los de alguien demasiado joven para recordar que de Steve Nash también decían que estaba arruinando el deporte, y que Allen Iverson también lo estaba haciendo, y otros antes. El milagro de estos jugadores, para mí y para un montón de chicos bajitos que he conocido, es que encajaban en un baloncesto que no parecía creado para ellos y que aun así supieron extraer toda la magia de la que fueron capaces. Claro que Curry es más grande ahora que antes, pero incluso así es un base relativamente bajito que ha perfeccionado su habilidad no sólo de jugar bien, sino de jugar con estilo. Para sorpresa y frustración de sus rivales, como les pasó a Nash e Iverson.
Por ahí verás a chicos lanzando tiros de 10 metros antes de dominar la media distancia, y otros botando el balón entre sus piernas con la cabeza gacha, ignorando completamente a sus compañeros. Pero hay otra cosa que se apodera de mi mente cuando salgo del estadio: Curry nos ha dado grandes y emocionantes momentos, y no va a estar ahí para siempre. Incluso si juega hasta el final, cuatro temporadas se esfuman en un instante. Con suerte, también hay otros chicos ahí fuera, bajitos y flacuchos, asistiendo al legado que Stephen construye en vivo: cómo triunfar en algo que no está hecho para ti hasta que lo haces tuyo.